Caída

Oscar Guardiola-Rivera
26 de junio de 2019 - 03:00 a. m.

El 18 de marzo de 1965, Alexei Leonov saltó de cabeza en el vacío al abandonar la cápsula de la nave espacial Voskohod 2. Una línea de cinco metros le conectaba a la nave. Una línea de vida que no es una metáfora. La nave viajaba a gran velocidad, pero como en el espacio no había viento que le golpease el rostro no podía notarlo. Sintió en cambio algo mucho mas extraño. Cuando su copiloto, Belyayev, le pidió que retornase a la nave dijo que no quería hacerlo.

Meses después, Edward White también dio un paso fuera de su capsula y giró en el vacío, durante veinte minutos. Diez mas que Leonov. Decir que “dio un paso” o un “giro” es incorrecto pues el movimiento es de caída libre.

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Cuando se ve la tierra desde el espacio nadie nota que está cayendo pues el movimiento es relativo y los demás objetos, la nave, la línea y los planetas, caen con él. Uno tiene la ilusión de estar quieto. Algo similar ocurre en la era de la espectacularidad falsa: sociedades enteras caen y ni siquiera nos damos cuenta.

Gran Bretaña por ejemplo está a punto de elegir Primer Ministro a un mentiroso redomado, quizás también racista, y nadie dice nada. Además, mediante un procedimiento que permite votar solo a los miembros de un partido. Lo llaman democracia. Es como los golpistas latinoamericanos que proclaman cuando se autoproclaman que “esto no es un golpe”.

Como la pintura de Magritte, o Heriberto Cogollo, u Oscar Murillo. Este último, al contrario de Magritte y mas cerca de Lam y Cogollo prefiere no mostrar el vacio, el intervalo entre las palabras y las imágenes, sino que usa estas últimas en la tela como una prueba demostrativa capaz de abrir en ella un intervalo en el que otros cursos posibles de la historia puedan tener lugar, y no la mortificante repetición de la misma historia. Por ello, ante la noticia de su nominación al prestigioso premio Turner, y antes de que los adinerados y el Estado recuperen para sí su arte, que es el arte de la diáspora negra desplazada de Colombia, dice: “Es un país terrible”. 

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Vista desde 120 millas, en caída libre, la tierra casi carece de formas finitas. White también sintió esa extraña llamada del Gran Afuera. No quería regresar. Neil Armstrong describió cerrar un ojo, “ y mi pulgar extendido escondió la Tierra. No la sentí gigante sino muy frágil y pequeña”. Palabras como caída libre, esencia o falta de ella, el pertenecer o no, son ubicuas en el lenguaje filosófico-político contemporáneo.

Que tal si las reemplazamos por “fragilidad”. Una fragilidad que no es débil. Y que acabe de una vez por todas con la tendencia a elevar ciertas cosas o personas a la posición del soberano que lo ve todo desde arriba y supuestamente sabe lo que ve: Trump, Bolsonaro, Johnson. Al contrario, desviarnos de la linea recta. Caer. Dérive

 

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