Inventó los rituales de la conmemoración cívica contemporánea en Cartagena de Indias. Su administración coincidió con la celebración del Bicentenario de la Independencia de la ciudad, y ese fue el mejor pretexto para poner en la iconografía y la memoria histórica oficial a los personajes y las situaciones que la historia académica, documentada, profesional, y sobre todo con sensibilidad social, venía construyendo en el programa de historia de la joven facultad de Ciencias Humanas de la Universidad de Cartagena. Durante su administración, los escolares supieron quiénes eran José Padilla, Pedro Romero y un puñado de mujeres que firmaron proclamas a favor de la independencia o que sufrieron el rigor del Sitio de Pablo Morillo, en la mal llamada Reconquista española, con cárcel, castigos físicos y destierros.
Judith Pinedo, la exalcaldesa de Cartagena de Indias, apareció de nuevo en la plaza. Ocurrió en la plaza de la Trinidad, en el histórico barrio de Getsemaní. El pasado 31 de mayo, un grupo de ciudadanos, colectivos sociales y culturales organizaron un evento cultural de desagravio con una mujer que fue injustamente condenada y que, pese a que fue absuelta porque ni siquiera hubo delito como determinó la Corte Suprema de Justicia, estuvo privada de la libertad por dos años. El sitio no podía ser otro. Getsemaní es sinónimo de libertad en Cartagena de Indias. Fue, sobre todo, en sus casas, plazas, calles y callejones donde se construyó una tradición libertaria sustentada en las cotidianas acciones de dignidad de negros y mulatos artesanos desde los tiempos virreinales. Como coralario de todo aquello, el 11 de noviembre de 1811, esta gente se organizó en la plaza de la Trinidad y la plaza del Pozo e hizo el recorrido desde Getsemaní hasta el palacio de la Proclamación –donde funcionaba la gobernación de la provincia de Cartagena– y obligó a una junta timorata a firmar el acta de independencia absoluta.
Judith sabe todo esto. Y cada vez que pudo se lo hizo saber a la ciudad en sus discursos como primera autoridad. Ese día en la plaza que tanto se había esforzado en dignificar, la Mariamulata volvía a estar en su elemento. Venía acorazada. No por el rencor contra quienes intentaron cortarle sin éxito las alas a un pájaro cuya vocación es la libertad, sino con la fuerza de haber afrontado con dignidad los errores de la justicia y de haber mantenido su vuelo intacto para propósitos más nobles. Ese mismo día, los pájaros sin gracia, vencejos de la política electoral de la ciudad, revolotearon inquietos y volvieron al machismo pernicioso con las criticas sexistas de siempre, sin darse cuenta de que doce años después las sensibilidades no están para discursos prejuiciosos porque a la postre terminan fortaleciendo a la supuesta víctima.
No sabemos cuál será el futuro político de Judith Pinedo, lo que sí sabemos es que su existencia en justa libertad tiene a más de uno incorporando a difamadores profesionales en sus nóminas. Por ahora, ella recupera, con familiares y amigos, el tiempo que le quitó la infamia. De vez en cuando sale a hacer compras y paraliza las filas en las cajas de los supermercados por la cantidad de gente que quiere tomarse fotos con ella o que la quieren convertir en la arcana de las esperanzas por esta Cartagena sufrible. Ella sonríe, sincera, sin afanes, sin revanchas. Valiente, como siempre, pero al igual que Jorge Artel, “sin odios ni temores”.