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Es domingo, el día amaneció nublado y triste. Miles de personas en todo el mundo asistieron al momento de su entrega a la Policía Federal, el aparato judicial que rodeó su aterrizaje en Curitiba, el inicio de la represión a los manifestantes que lo esperaban y la libertad concedida a los que celebraban su detención. Retrato de un Brasil polarizado y de una justicia que no logra ser imparcial.
Contradictoriamente, esta escena histórica nos hace recordar su llegada apoteósica, en enero de 2003, al Palacio de Planalto; su discurso de toma de posesión; los miles de caravanas —algunas con más de 40 horas de viaje en autobús— que se acercaban al Palacio de la Alvorada, su residencia oficial, para verlo desde lejos, saludarlo, orar por usted, llevarle un regalo y desearle buena suerte. Usted fue el presidente que, después de la dictadura militar, recibió el más grande mandato popular de la población brasileña y el que obtuvo el mayor nivel de aceptación al dejar su cargo: más del 85 %, lo que presagiaba un posible retorno.
Como bien resumió la periodista Denise Paraná, en su tesis de doctorado, desarrollada en la Universidad de São Paulo, una de las universidades más prestigiosas de América Latina, usted simbolizaba un paso mágico “desde la cultura de la pobreza hasta la cultura de la transformación” en un Brasil gigante y grandioso que aún poseía una desigualdad histórica persistente.
Su historia podría ser fácilmente la de millones de brasileños que viven en este bello país lleno de contradicciones, paradojas y diversidad cultural y que en las últimas décadas pareciera sacar de sus entrañas una fuerza vibrante que devolvió la autoestima a los brasileños. Finalmente, Brasil dejaba de ser el país del futuro y se transformaba en el país del presente.
Su gobierno inspiró a muchos líderes del mundo con el mensaje de que era posible una transformación social profunda, sin apelar a la violencia. Todo esto demostraba de alguna forma el inicio de una descolonización cultural, política y económica bastante tardía, lo que en términos de Michel Foucault podría significar Brasil y la descolonización del poder.
Su forma de hacer política, acercarse al pueblo, escuchar a la gente en sus caravanas por todo el país marcó la diferencia con los políticos tradicionales, que hacían campañas sin adentrarse en el Brasil profundo, que Brasilia desconoce o invisibiliza.
El niño del interior de Pernambuco brilló como una estrella por su gran carisma, inmensa capacidad de soñar, luchar, resistir, articular y liderar. Contra todos los pronósticos, usted hizo una caminata inusitada desde el Sindicato de los Trabajadores en el ABC Paulista hasta la Presidencia de la República. Se transformó en un líder regional y mundial cuyo discurso reflejaba el rescate de sueños interrumpidos en distintos lugares del mundo por causas similares. Nacía en Brasil una llama capaz de devolver la esperanza no sólo a los brasileños, sino a millones de personas en el mundo.
En el ámbito internacional, América Latina, África y Oriente Medio tuvieron un lugar prioritario. Junto con China, Rusia, India y Sudáfrica, Brasil llegó a creer que otro mundo era posible.
A pocas horas de su controvertida detención, quiero repetirle lo que una vez le dije en uno de sus viajes oficiales a Colombia: “Presidente, gracias por su luz”.
Lula está y estará en todos los lugares en donde se necesite un soplo de libertad, en donde se haga urgente la ruptura de las cadenas de la desigualdad, en donde haya personas con hambre, existan niños y jóvenes fuera de las escuelas, en donde la mortalidad infantil subsista, y en este Brasil valiente que resiste, a pesar de las adversidades.
En las palabras de Bertolt Brecht, “hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años, y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida, esos son los imprescindibles”.
Hasta siempre, presidente.
* Profesora Universidad Externado de Colombia.
* El título de la columna es un reconocimiento a la película “Lula, el hijo del Brasil”, dirigida por Fábio Barreto.