Celibato

José Fernando Isaza
20 de septiembre de 2018 - 05:30 a. m.

La avalancha de comprobados abusos sexuales contra niños y adolescentes cometidos por religiosos de todas las jerarquías de la Iglesia hace revivir el debate sobre el celibato y el voto de castidad que, teóricamente, cobija a los miembros del clero.

No por casarse, o convivir, un depravado sexual deja de serlo. Las estadísticas muestran que la mayor parte de los abusos sexuales a menores ocurren en los hogares y son perpetrados por familiares cercanos, sean solteros o con pareja. Más que “matrimonio”, un abusador requiere tratamiento y medidas restrictivas para proteger a las posibles víctimas y castigar los abusos. Para analizar hasta dónde han llegado estos delitos en la Iglesia, puede esbozarse la hipótesis de que la sorprendente renuncia al papado de Benedicto XVI se debió a un efecto colateral de pedofilia. Monseñor Georg Ratzinger, hermano de Benedicto XVI, dirigió durante el período de 1964 a 1994 el internado del coro de niños de la catedral de Ratisbona. En el año 2010 empezó a revelarse una serie de abusos contra niños y jóvenes del internado. A medida que la investigación avanzaba se comprobaron 547 casos de abuso sexual por parte de los clérigos a cargo de la enseñanza musical y religiosa, todo esto durante la dirección de G. Ratzinger. Aunque no hay completa evidencia de que el director también hubiera abusado sexualmente, sí la hay de que ejerció violencia física contra los alumnos: él mismo confiesa que de vez en cuando les propinaba cachetadas “suaves” a los internos. El abogado Weder, designado por la diócesis para la investigación, señaló que “el hermano del papa emérito estaba al corriente y había mirado hacia otro lado”.

Benedicto XVI renunció en el año 2013 y al poco tiempo se hizo público el informe. No era conveniente para el papado que el hermano de su máximo regente estuviera en el medio de semejante escándalo.

El celibato no ha estado vigente durante toda la existencia de la Iglesia. En el año 1139, el Concilio II de Letrán impuso esta conducta. Antes, las restricciones se limitaban a prohibirles a los clérigos contraer segundas nupcias o a tener relaciones sexuales con sus esposas o concubinas.

San Pablo, en su Epístola a Timoteo, dice: “Es necesario que los obispos sean irreprochables casados una sola vez… que sean capaces de gobernar su propia casa y mantener a sus hijos obedientes y bien cuidados”. El Concilio de Nicea, en el año 325, prescribió que, una vez ordenados, los clérigos ya no pueden casarse. Casi ninguna de las normativas eclesiásticas anteriores al Concilio de Letrán prohibía la toma de hábitos a hombres casados, pero si eran solteros no podían casarse luego de ser ordenados.

Una posible razón de la Iglesia para establecer el celibato se anunció en el año 580 por el papa Pelagio II, cuando proclamó que los clérigos y los obispos podían ser hombres casados, siempre que no pasaran la propiedad a su esposa e hijos.

Con el auge del poder temporal de la Iglesia, esta institución requirió cada vez mayores ingresos monetarios que además le permitieran acumular riqueza y el poder que esta trae. Al prescribir la obligación de sus sacerdotes y jerarcas de mantenerse célibes, aunque, parece, no necesariamente castos, se garantizaba que la riqueza acumulada por los religiosos, bien fuera por limosnas o por herencias recibidas, no se distribuyera entre sus herederos sino que pasara a acrecentar las arcas de la Iglesia.

 

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