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Chotís y especies musicales en extinción

Tulio Elí Chinchilla
03 de julio de 2009 - 03:22 a. m.

LOS FESTIVALES DE NUESTRA TRAdición musical andina (Mono Núñez, de Hato Viejo, de Ibagué, de Santa Fe de Antioquia, etc.)

aseguran cierta forma de supervivencia social de las expresiones sonoras de nuestro país. Pero ellos también evidencian la extinción de ciertos aires que hasta hace medio siglo hicieron parte del patrimonio cultural de la nación. El chotís es un ilustre ausente de estos certámenes, no obstante haber sido uno de los ritmos más gozados en verbenas y bailes de algunas regiones, especialmente en la zona norte de Antioquia. Igual suerte han corrido la caña, el sanjuanero, la danza, el torbellino y la guabina, hoy reducidos a menos que olvido en la infiel memoria colectiva.

El chotís original (schottisch por su procedencia escocesa) suena a polca suave y fue uno de los bailes de salón más conocido en Alemania y España en el siglo XIX. Tal vez por estas rutas migró a Suramérica y al Caribe, aclimatándose como forma popular con acentos propios en México, Argentina, Brasil (donde se llama xote), Paraguay, Uruguay y Colombia (en San Andrés y Providencia, Caldas y Antioquia). El investigador Torres de la Pava tiene pistas sobre un nexo social entre este aire musical danzado y el arribo de la población negra en el mercado antillano de esclavos, luego destinados al cultivo de caña y a la producción de panela.

Entre nosotros tomó la forma de un ritmo muy alegre y movido, en compás de 2/4, bailable en parejas un poco alebrestadas e interpretado con bandolas, guitarras y tiples. Hoy sobrevive sólo como curiosidad etnomusical y no como parte de la vida, excepto en alguna vereda del norte antioqueño donde todavía endulza fiestas campesinas. Ojalá que la valiosa labor de rescate fonográfico de tal expresión cultural —como el logrado por la Facultad de Artes de la Universidad de Antioquia— se proyectara en algo más que simple muestra turística o material académico.

Tal vez el chotís pueda revivir en la sensibilidad musical contemporánea, pero no por la gracia de discursos salvadores sino a costa de fusionarse con ritmos afines. De hecho, ya la fecunda e impredecible capacidad de mutación de nuestras tradiciones ha producido recientemente una mezcla del chotís con la rumba criolla y con la “parranda campesina”, aportándole la “raspa” (guacharaca), el bongó y una sabrosura cercana al paseo vallenato (aunque con acento desplazado e interiorano).

Hace rato el chotís sufre la triste agonía de no tener compositores interesados en recrearlo. Quienes como Gustavo A. Rengifo, con su Chotís para San Andrés, Torres de la Pava, con su Pedro el obrero, y el infantil Chiquilín Chiquitín se empeñan en cultivarlo contribuyen también a su vigencia. Bajo este propósito, los eventos de música tradicional podrían aportar un escenario a estos aires inusuales.

Y el prodigio de la música es tal que, bien escuchado el paseo vallenato Tanto que te canto, del juglar Gustavo Gutiérrez Cabello, puede advertirse en esa pieza la estructura perfecta de un chotís, al punto de que si cantara bajo este último formato no sufriría desmedro alguno. Otra forma de supervivencia, mimetizada en el inconsciente de los buenos músicos.

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