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Por Juan Carlos Rincón Escalante y Viviana Bohórquez Monsalve @lasigualadas
Carolina estaba escuchando noticias con quien desde hacía cinco meses era su esposo cuando se divulgó el caso de Rosa Elvira Cely. A Cely la violó y torturó un compañero de clase en el Parque Nacional. A los pocos días murió. Eso le recordó a Carolina algo que había estado bloqueando los últimos cinco años.
“Inmediatamente me desbordaron las ganas de llorar, me levanté y me encerré en el baño”, cuenta. “Lloré por lo que le habían hecho y porque recordé cada detalle de mi propia violación”. Hasta entonces, nunca le había dicho a nadie, pero los efectos del recuerdo empezaron a complicar su matrimonio.
“Subí casi 20 kilos en seis meses y la intimidad con mi marido se vio afectada. Sólo cuando pude hablar con mi terapeuta, a quien fue la primera persona a la que le conté, me explicó que ese era el mecanismo de defensa que había desarrollado. Sintiéndome menos atractiva, los hombres no se interesarían en mí y no correría el riesgo de pasar nuevamente por una experiencia como la vivida”.
La experiencia de la que habla ocurrió cuando tenía 22 años. Él era un famoso cirujano general que se había ganado su amistad, dice, “por su galantería, su amor a Dios y su disposición a escucharme. Yo llevaba pocos meses trabajando en ese hospital y no tenía muchos amigos. Además, estaba en una ciudad que no era la mía, mi novio seguía viviendo en otra parte”.
Un día, el cirujano la invitó a almorzar. “Yo acepté y él dijo que me recogía en su auto, pero en vez de llevarme a un restaurante me dirigió hasta la puerta de su casa”. Carolina le insistió en que fueran a otra parte y él le contestó: “¿Qué pasa? ¿Acaso desconfías de mí? Yo no te voy a hacer nada”.
Ese pequeño ejercicio de poder puso a Carolina a la defensiva. “Me sentí avergonzada, que había sido grosera. Entonces le sonreí y dije que no había problema, aunque no quería estar ahí”.
Tan pronto entraron a la casa ella pidió entrar al baño y se sorprendió al verse con tanto miedo en el reflejo del espejo. “Tenía pánico, pero al mismo tiempo me sentía avergonzada por desconfiar. Trataba de convencerme a mí misma de que estaba siendo grosera cuando mi ‘amigo’ sólo quería tener una atención conmigo”.
En estas situaciones incómodas, la educación sexual juega un papel fundamental. A las mujeres nos han educado en muchos casos para complacer, para no responder ni confrontar a nadie. Por eso nos cuesta tanto decir que no, pues simplemente preferimos no incomodar. Del otro lado, a los hombres los han educado para actuar y autocomplacerse, sin indagar sobre el placer femenino, incluso sobre cosas tan básicas como qué siente, qué quiere o qué le gusta.
Cuando salió del baño, él la estaba esperando, mirándola. Le pidió que se acercara y trató de besarla, ella se negó. Entonces él “me besa a la fuerza. Trato de resistirme, pero me empuja a la cama, se sube sobre mí y es un hombre muy fuerte y pesado. Me empieza a tocar y yo todo el tiempo trato de evitarlo, pero se me acerca al oído y me dice: ‘Vienes al apartamento de un hombre sólo de calientahuevos y ahora dices que no. Por eso es que las violan’. Con eso perdí la fuerza que me quedaba, él se entierra en mí y yo me quedo mirando el techo, pensando en lo que me dijo, convenciéndome de que ha sido mi culpa, que yo me lo busqué, recordando a mi mamá que decía que el hombre propone y la mujer dispone, que las mujeres no debemos dar papaya”.
Cuando finalmente terminó, le dijo: “Ahora eres mi mujer”.
Nada más agresivo que presumir el deseo de otra persona sin preguntarle. Preguntar: ¿quieres ser mi novia?, ¿te gusto?, para algunos puede sonar anticuado, pero es la forma más básica y transparente de no pasar por encima de los sentimientos ni deseos de las mujeres.
Hablar nunca sobra, es una forma sencilla de no violar el consentimiento. Las relaciones sexuales no consentidas se llaman violación, y parece que muchos hombres ni siquiera son conscientes de la gravedad del tema. En especial porque se aprovechan del silencio de las mujeres y de un sistema judicial débil, que no responde eficientemente, para ganarse la confianza de las víctimas.
Carolina no recuerda si después de eso almorzó o no, pero sí que cuando volvieron al hospital él la presentó a todo el mundo como su novia. “Al llegar a mi oficina, llamé a quien había sido mi novio hasta ese momento y le dije que termináramos porque le había fallado, le había sido infiel. Le pedí que no me volviera a buscar porque no merecía seguir con él”.
“Y a partir de ese momento”, dice Carolina, “fui ‘su mujer’, su novia, éramos la hermosa pareja del hospital. Él, felicitado por haber conquistado a la joven ingeniera y yo por haber ganado el corazón del codiciado cirujano”.
Algunos hombres siguen pensando que la categoría de noviazgo o el matrimonio es el objetivo de toda mujer. Entonces, volverla novia y esposa es ayudarla a seguir sus sueños, pasando por alto que lo importante no es el nombre ni la categoría de la relación, sino que sea consentida y libre de manipulaciones.
Estuvieron juntos tres meses en una relación llena de ambivalencia y agresiones. Carolina cuenta que él tenía muchas atenciones con ella, la llevaba al trabajo y de vuelta a la casa, almorzaban juntos, la invitaba a salir e incluso la cuidó cuando estuvo enferma. Pero también la hacía mirar cómo acosaba a su exnovia y la llamaba constantemente, enviándole mensajes con canciones que le mostraba a Carolina para que le ayudara a elegir cuál mandar.
Además, sin importar todo el tiempo que ella invirtiera en el gimnasio, “me repetía constantemente que me estaba engordando, criticaba mi forma de vestir porque no le gustaba la ropa que usaba, decía que me vestía como ‘campesina, usando botas sobre los jeans’”.
No lo dejaba porque “me sentía con la obligación de seguir ahí. Sentía que yo se lo había dado y que ahora le pertenecía. ¿Qué tipo de mujer sería si me acostara con un hombre sin estar en una relación? Ya no era digna para estar con el hombre que amaba en ese momento porque le había fallado al serle ‘infiel’. Estaba en una cárcel sin rejas”.
Cuando terminaron fue porque Carolina se enteró de que él estaba siendo infiel y ella se sintió por fin libre de mandarlo al carajo. Entonces decidió bloquear el recuerdo de lo ocurrido y seguir con su vida.
Once años después, Carolina es una empresaria exitosa con una familia estable y una hija de cuatro años. Pero tuvo que contarle a su esposo parte de lo ocurrido, porque él considera que es demasiado sobreprotectora con su hija. “Le conté para ver si podría entender por qué me falta el aliento si ella se me pierde por unos segundos de mi vista en un lugar público, por qué no me gusta llevar extraños o visitas a mi casa, por qué lleno la casa con cámaras de seguridad. Quería que entendiera la lucha constante que libro cada día para encontrar el equilibrio entre protegerla y darle libertad, ese esfuerzo que realizo diariamente para hacerla sentir segura y ayudarla a ser independiente, para no reflejarle mis miedos. Pero sé que mi esposo nunca lo va a entender, porque tendría que ser mujer, tendría que haber vivido lo que yo viví”.
Las víctimas de violencia se sienten muy solas, en parte porque les cuesta mucho romper el silencio. Volver a confiar no es tan fácil. Por eso, tomar medidas en el entorno es una forma de sanar. Igualmente, adoptar medidas de seguridad para prevenir la violencia contra las mujeres nunca sobra. Aunque a veces sea reflejo de sentimientos de culpa e inseguridades producto de relaciones violentas, al final operan como una estrategia para evitar que otras mujeres pasen por situaciones similares. Es una forma de solidaridad.
* Carolina es un seudónimo y, por petición suya, los nombres de los involucrados fueron omitidos.
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La ilustración fue realizada por La Ché, síguela en Instagram.
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