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Por Liliana*
Mi mamá conoció a John cuando yo tenía siete años; se conocieron en la universidad y al poco tiempo decidieron irse a vivir juntos. En ese momento empezó el maltrato: primero fue verbal, se refería a ella como estúpida, bruta, perra, y un sin fin de insultos más. Tiempo después vino el maltrato físico. Le pegaba puños, cachetadas y, luego, como si nada, llegaba a pedirle perdón con flores y chocolates, jurándole que no lo volvería a hacer.
Mi mamá quedó embarazada y, cuando esto pasó, John* tomó la decisión de no volverla a golpear en el estómago, ahora sus golpes apuntaban a la cara. El embarazo fue un martirio, tanto así que colocaba música a muy alto volumen solo con el fin de atormentarla. A mi corta edad yo no entendía qué pasaba, no entendía porque mi mamá tenía una relación con una persona que la hacía tan miserable.
Con el tiempo la situación fue empeorando, cada ocho días John golpeaba a mi mamá hasta el punto en que ella no podía caminar. Si mi mamá no hacía lo que él le pedía, la golpeaba. Con el tiempo empezó a maltratarme a mí: me decía bruta, fea, y en medio de sus crisis cogía mis cuadernos y les arrancaba las páginas.
En esa dinámica pasaron diez años. Yo me gradué del colegio y decidimos irnos a vivir a Medellín, junto a mi mamá y a mis hermanos. Sin él. Queríamos darle nuevo inicio a nuestras vidas.
Pero no fue así. A John le salió un trabajo en Medellín y mi mamá se dejó enredar la cabeza, como siempre, y le dio otra oportunidad. Al principio las cosas estaban medio bien. Nos mudamos a un apartamento en el Poblado y yo empecé a estudiar en la universidad, pero con el tiempo fue la misma dinámica de siempre. John empezó a buscar sitios donde comprar droga y empezó a consumir. La droga lo calmaba. En el momento en que consumía su agresividad era casi nula, pero al día siguiente y sin los efectos, todo le fastidiaba y empezaba a agredirnos.
En Medellín todo empeoró, un día en uno de sus ataques de agresividad nos sacó de la casa y no nos volvió a dejar entrar. Mi mamá en ese entonces trabajaba en una boutique de alquiler de vestidos de novia y cuando nos echó de la casa mi mamá los olvidó. John le envió a mi mamá un vídeo quemando los vestidos y apuntándole a mi gato con una pistola.
Mi mamá lo demandó, muchas veces, pero también era adicta a John y siempre lo perdonaba. Mi mamá se refería a ella misma como la rehabilitadora de gamines.
Viajé a Bogotá a encontrarme con mi papá. Hable con mi mamá por teléfono y todo se escuchaba bien. Al siguiente día recibí una llamada de la señora que nos ayudaba con el aseo de la casa, contándome que John le abrió la puerta cuando ella llegó a trabajar y se había ido sin decirle mayor cosa. Ella entró al cuarto de mi mamá y la vio en cama, débil y con un frasco de pastillas regadas en su mesa de noche. Llamamos a la ambulancia, pero mi mamá no aguantó y murió.
En medio del dolor por la muerte de mi mamá, decidí que la mejor opción para mis hermanos y para mí era irnos a vivir con mi abuelo. Sin embargo, la custodia salió a favor de John y a mis hermanos les tocó quedarse con él y con su nueva novia. Ni siquiera habían pasados dos meses desde la muerte de mi mamá.
Decidí ir al colegio de mis hermanos para verlos, porque hace dos semanas no había podido hablar con ellos. Ahí me enteré de que el colegio había demandado a John porque mis hermanos faltaban constantemente y cuando iban llegaban con golpes. Mis hermanos me contaron que John usualmente los dejaba solos en las noches para salir a rumbear y solamente les escribía por Whatsapp.
Esto hizo que las autoridades le quitaran la custodia de los niños a John y hoy gracias a Dios viven conmigo y con mi abuelo. Toda esta situación con John me enseñó que, lo que mi mamá sentía hacia John no era amor. Ella era totalmente codependiente a él y aún así lograba ser una mujer maravillosa.
Nunca voy a tener la seguridad de cómo murió mi mamá. No sé si de verdad se suicidó. A veces pienso que él la mató. Aunque ella estaba muerta hace mucho.
John la mataba a diario con cada golpe y con cada insulto.
Comentario de Viviana Bohórquez, experta en temas de género y cocreadora de Las Igualadas
El hombre que te pega una vez, te desprecia y eso nunca va cambiar. Esa es una frase que resume lo que debería saber todo mujer que está en una relación tóxica. Muchas mujeres han sufrido por relaciones que les han mucho daño y algunas les ha costado la vida. Mal haríamos en cuestionar a ellas, que por la razón que sea, no lograron un punto final.
Pensemos mejor en ellos, en los maltratadores, los que justifican su amor con golpes y los mezclan con chocolates y excusas, los que prometen cambiar, pero sus promesas se derrumban por su propio peso. Pensemos qué ha hecho la sociedad para acabar este tipo de hombres. Parece que muy poco, porque cada semana muere una mujer en manos de hombres con profundo desprecio hacia las mujeres.
Gracias Liliana* por compartir su historia, como hija, y también como víctima de violencia por tantos años. Narrar la violencia es un buen mecanismo para sanar. Mientras tanto, tenemos que seguir pensando qué podemos hacer para acabar con los hombres que maltratan a las mujeres, que naturalizan los golpes, y que piensan que con el perdón ya todo quedará atrás.
*Liliana es un seudónimo y, por petición suya, los nombres de los involucrados fueron omitidos.
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La ilustración fue realizada por La Ché, síguela en Instagram.
