Tareas escolares para el hogar: ¿Sí o No?

Adolfo León Atehortúa Cruz
27 de enero de 2017 - 03:15 a. m.

Al inicio de labores escolares en el calendario A, resulta oportuna la reflexión sobre un tema de importante trascendencia: ¿Es pertinente dejar tareas para que nuestros alumnos las realicen en casa? Para responder el interrogante debe tenerse en cuenta, en primer lugar, la opinión de un número significativo de expertos.

La lista puede encabezarse con Alfie Kohn y su libro El mito de los deberes (2013). La conclusión de su investigación es contundente: las tareas no promueven la autonomía ni generan buenos hábitos de estudio; no proporcionan beneficios académicos para los alumnos de primaria y no son recomendables para los estudiantes de secundaria. Por el contrario, pueden conducir a que niñas y niños adopten una actitud negativa hacia el colegio y el aprendizaje, o a la extinción de la curiosidad infantil.

Etta Kralovec y John Buell en The End of Homework (2001), sostienen similar criterio: las tareas en casa no mejoran el rendimiento académico, pero suprimen, por fuerza del tiempo dedicado a ellas, aprendizajes en artes, deportes, educación religiosa, actividades familiares y comunitarias. Las tareas, agregan dichos autores, construyen una discriminación: los padres con mayor capacidad cultural y económica para asistir a sus hijos en casa obtienen mejores resultados.

Francesco Tonucci –Cuando los niños dicen ¡basta! (2005) y ¿Enseñar o aprender?  (1999)– advierte, desde una óptica infantil, su concepción sobre el proceso enseñanza-aprendizaje. Las tareas, argumenta, son una equivocación pedagógica y un abuso; no consiguen el resultado que la escuela presume. Al igual que Kralovec y Buell, considera que quienes más aprovechan los deberes son los que menos los necesitan: aquellos que tienen familias que les pueden ayudar con eficacia. Las tareas, concluye, deberían realizarse en el tiempo escolar y no en la casa, a modo de investigación y con el relato de lo acontecido tras desarrollarlas.

En realidad, los nombres de autores a citar se harían interminables: Deborah Meier, Susan Hallam, Theodore Sizer, Nancy Faust, Richard Walker, Sara Bennett, Nancy Kalish y Harris Cooper son los más consultados en las bibliotecas estadounidenses, por ejemplo. Sin embargo, otro asunto importante es la decisión de organismos internacionales como la Organización Mundial de la Salud que, a instancias de la Organización de Naciones Unidas, ha pedido eliminar por completo las tareas escolares en todos los sistemas educativos registrados.

De hecho, algunos estados de los Estados Unidos las prohibieron desde 1901 y California las proscribió en 2009; Francia hizo lo propio desde 1956 para los estudiantes de educación primaria; Bélgica las reguló a partir de 2001 y Finlandia las dispuso de solo 10 a 20 minutos para secundaria, aunque la gran mayoría de los educadores no las emplean. Michael Moore (2015), en su excelente documental investigativo ¿Qué invadimos ahora?, demuestra que el éxito de la educación en Finlandia reside en una sola frase de su ministra de Educación: su “máximo secreto” es que “los niños no tienen tareas”; “deben tener más tiempo para ser niños y disfrutar la vida”. La jornada escolar en ese país es de solo 20 horas a la semana, incluyendo una diaria dedicada al almuerzo, y su año escolar es el más corto del mundo occidental. En el ámbito latinoamericano, Ecuador ha expedido una nueva normativa que regula la carga horaria para las tareas escolares evitando su envío los fines de semana y feriados, mientras Chile discute su regulación o abolición completa.

El impacto de las tareas en la vida familiar debe examinarse con cuidado. A menudo, las tareas constituyen carga excesiva para los padres y son motivo de conflicto. El diseño de un átomo, del sistema solar con esferas de icopor o la elaboración de un traje medieval para niños de primaria, por ejemplo, pone en odiosa comparación el dinero, el tiempo o el ingenio de los padres con sus hijos en la escuela, edifica la competencia, crea dependencia hacia el adulto y mortifica el yo infantil, todo ello frente a un escaso valor académico. Diversos estudios indican, además, que el estrés familiar es proporcional al peso de los deberes, que a su vez disminuye la percepción de los padres sobre su capacidad para ayudar.

Las tareas en casa, luego de una jornada educativa completa, eliminan el tiempo disponible para otras actividades indispensables en el crecimiento cultural y físico de niñas y niños. Es necesario otorgar espacios al ocio, a la lúdica, la poesía y la literatura, al arte y el deporte, a la curiosidad infantil, a compartir en familia y en sociedad. Estas últimas actividades, incluso, generan más autodisciplina y responsabilidad que las tareas.

La audacia y la capacidad pedagógica de los maestros se ponen a prueba con el trabajo que realizan en el aula, no con las tareas. Los conceptos se comprenden mejor en clase con el trabajo en grupos. Inducir a los niños al pensamiento crítico y a la creación, por ejemplo motivar la lectura y la investigación, promover su interés por el aprendizaje y la búsqueda de información, puede llevar a que los niños, por sí mismos, acojan el estudio como deber, indagación y juego, y no a que lo rechacen como obligación. El estudio debe disfrutarse, asumirse con entusiasmo y pasión. Las tareas, por el contrario, a menudo molestan al niño, lo condicionan, le arrebatan la motivación y su alegría por ir a la escuela.

Excúseme el lector por citar un ejemplo personal. En mi colegio de infancia, durante toda la primaria, solo me pusieron una tarea para la casa. Fue mi maestra Melba Rengifo: debía escribir los números del 1 a 1.000, pero fue tan motivante y tan grande el entusiasmo, que varios niños sacrificamos el recreo para hacerlo de inmediato y lo logramos. He recordado este hecho y esta maestra con afecto toda mi vida.

Los maestros debemos asumir una enseñanza de John Lennon, quien dijo: “Cuando yo tenía cinco años, mi madre me decía que la felicidad era la clave de la vida. Cuando fui a la escuela, me preguntaron qué quería ser cuando fuera grande. Yo respondí: ‘feliz’. Me dijeron que no entendía la pregunta y yo les respondí que ustedes no entendían la vida”. Igualmente, es nuestro deber aplicar la Convención sobre los derechos del niño: “El niño tiene derecho al descanso y al esparcimiento, al juego y a las actividades propias de su edad y a participar libremente en la vida cultural y en las artes”.

Los maestros del Instituto Pedagógico Nacional (UPN), pionero en Colombia en la educación preescolar, en la formación en educación física y música, en la atención a los niños con necesidades especiales y en la jornada única completa, han acordado ahora, después de serios análisis y un año de pruebas y ensayos, abolir las tareas escolares a realizar en casa. Al lado de ello, han decidido pasar a la evaluación cualitativa, directamente relacionada con la idea de motivar el aprendizaje, la autonomía y la responsabilidad. ¡Felicitaciones! El nuevo desafío para las familias del IPN será preguntar cuánto ha aprendido el niño, y no cuánto sacó en las notas. Pero esta decisión merece también una ulterior columna.

Referencias:

· Alfie, K. (2013). "El mito de los deberes". Madrid: Kaleida Forma.

· Kralovec. E. y Buell, J. (2001). "The End of Homework". Boston: Beacon Press.

· Moore, M. [mmflint]. (2015, 26 de enero). "Where to Invade Next" (¿Qué invadimos ahora?).

· Tonucci, F. (1999). ¿Enseñar o aprender? Caracas: Laboratorio Educativo.

· Tonucci, F. (2005). ¡Cuando los niños dicen basta! Madrid: Fundación Germán Sánchez Ruipérez.

* Rector Universidad Pedagógica Nacional

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