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Hace algunos años, cuando ya muchos compañeros de su generación habían abandonado desencantados la organización de izquierda en la cual él militaba, yo solía decirle a Alberto Abello Vives que era el último de los mohicanos; pero finalmente también se retiró.
Con el tiempo he llegado a pensar que, más que el último de un grupo en extinción, Alberto Abello fue uno de los pioneros de un nuevo tipo de intelectual, de esos que vamos a necesitar cada día más en este país: los que tienden puentes entre personas que pertenecen a diversos grupos que muchas veces permanecen separados como si fueran “conjuntos cerrados y mutuamente excluyentes”.
El 22 de mayo se realizó un encuentro en Cartagena para rendir homenaje a la memoria de Alberto, quien falleció el 14 de abril de este año. Muy adecuadamente ese evento se llamó “El Gran Tejedor”: en eso estaba él desde hace algunos años. Recorrió todo el Caribe colombiano, desde La Loma hasta Tierralta, o de Nabusimake a la Alta Guajira, reuniendo a personas muy diversas en torno a la construcción de una nueva visión de la región Caribe colombiana y, por ende, de nuestro país. Así lo documentó en sus escritos publicados en libros como La isla encallada: el Caribe colombiano en el archipiélago del Caribe.
Aunque por sus características de personalidad Alberto Abello Vives y Germán Espinosa eran muy diferentes, en la manera de aproximarse y de interpretar nuestro entorno caribeño se parecían bastante: tenían una visión no parroquial del Caribe, una apertura al pensamiento universal, disciplina intelectual y rigor. Nada que se asemeje a los estereotipos que se han construido en otras zonas del país sobre los habitantes del norte de Colombia.
Una y otra vez, Alberto Abello Vives logró que personas que habrían permanecido separadas en sus enclaves sociales, intelectuales, étnicos e ideológicos colaboraran en proyectos comunes. De esas colaboraciones solía surgir un mayor respeto por las diferencias, por lo que a simple vista no se comprende.
Gran falta nos hace Alberto. Nos enriqueció la vida con su generosidad, su conversación amena, culta, respetuosa, irreverente e irónica. Fue un buen caribe, un buen amigo, una persona decente; en el fondo era un gran optimista. Creía en nuestra región Caribe, creía en Colombia y creía en la gente.
Tal vez su mayor legado sea que logremos entender que trabajando juntos podemos construir, tejer una red de solidaridades que permitan que esta sea una mejor sociedad para todos.