La democracia y sus amigos

Adolfo Meisel Roca
01 de febrero de 2020 - 05:00 a. m.

Colombia tiene una de las democracias más antiguas del mundo. Pero me atrevo a decir que son pocos sus amigos y que sobrevive sin mucho bombo gracias a su nadadito de perro. La izquierda con rezagos ideológicos marxistas la desprecia por ser una “democracia burguesa”. La extrema derecha descalifica la falta de orden social y la debilidad de las autoridades para imponerse. Muchos más piensan que es una democracia adjetivada, es decir, con deficiencias. Yo mismo pienso que la expresión “democracia oligárquica” es una descripción muy adecuada de lo que tenemos como régimen político.

Pero con todas las deficiencias que tiene nuestra democracia, hay fortalezas que no podemos desconocer: la capacidad histórica de la sociedad civil en relación con los militares, la influencia de la prensa, la fuerza de un sector ciudadano que defiende los principios liberales de la tolerancia y el respeto por los derechos humanos, y una institucionalidad política que en momentos críticos nos ha salvado de muchos excesos del autoritarismo y la corrupción.

Pero la democracia colombiana tiene pocos amigos, o menos de los que debería tener. Es más, defenderla es visto por la izquierda como un discurso de derecha, y por la derecha como un discurso izquierdista. Peor aún, cuenta con tres enemigos que debemos estar atentos a derrotar: la violencia, la corrupción y las profundas desigualdades sociales.

En otros países ya hemos visto su ciclo y deterioro: la democracia pierde legitimidad por la corrupción y la desigualdad, las fuerzas opositoras apelan a la violencia y el gobierno responde con más violencia. Ante la crisis que se desata, surgen dos opciones: el autoritarismo y el populismo. El primero termina en los excesos de la falta de controles, y el segundo en los de políticas económicas insostenibles en el largo plazo. En cualquier caso, el resultado siempre ha sido más corrupción y violencia. Es decir, termina siendo peor el supuesto remedio.

Ante este panorama, la pregunta obligada es: ¿qué hacer? Una respuesta obvia es que es necesario combatir la corrupción. En Colombia es tan evidente quiénes son los que incurren en estas prácticas (y no les pasa nada), que pareciera que fuéramos parte del cuento El traje nuevo del emperador, de Hans Christian Andersen. En el relato, se suponía que el emperador estaba estrenando una ropa, pero realmente no vestía ninguna; sin embargo, todos a su alrededor elogiaban su ropa nueva, hasta que finalmente un niño gritó: “El emperador no tiene ropa”, y fue en ese momento cuando todos despertaron de su letargo cognitivo. Así debemos despertar los ciudadanos amigos de la democracia para acabar con la cleptocracia que amenaza la sostenibilidad de nuestra maltrechita democracia, pero democracia al fin al cabo. Remember Venezuela.

 

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