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A Francisco de Roux

Adriana Cooper

19 de agosto de 2021 - 12:30 a. m.

¿De qué está hecho un hombre que es capaz de escuchar todo tipo de relatos sin perturbarse y sin juzgar? ¿De qué está hecho este señor que se sienta al lado de su entrevistado con esa cercanía rara, casi carente de gestos y al mismo tiempo humana? A través de los años, en un país convulsionado que nunca agota la capacidad de asombro entre su gente, este hombre que es sacerdote, doctor en economía, viajero a través de ríos, selvas, escuelas de pueblo y edificios elegantes ha entregado sus días para evitar de formas no habituales que siga la violencia.

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Como parte de su amplia trayectoria está su paso por el Centro de Educación Popular (Cinep) y, ahora, la que tal vez es su posición más importante: presidente de la Comisión de la Verdad, una institución que ha tenido la tarea de escuchar a las víctimas y los actores del conflicto armado con el propósito de esclarecer, contar qué ocurrió realmente y lograr que no se repita lo sucedido.

Hace unos días, De Roux realizó una tarea extraña en un país como el nuestro donde hacer preguntas o escuchar a otro puede ser visto como acciones sospechosas y ofensivas: entrevistó al expresidente Álvaro Uribe Vélez. Con el semblante calmado al que estamos acostumbrados y mientras tomaba nota, lo escuchó decir frases como “no participé ni en el decreto ni en la ley que creó las Convivir”, como parte de su intento por explicar lo sucedido.

Para algunos que vieron al exmandatario hablar a favor de esos organismos en el pasado en universidades y fuera de cámara, la frase los llevó a opinar con tono de perturbación. Algo similar ha ocurrido a quienes han escuchado a paramilitares y campesinos. También ha pasado a quienes oyeron la versión de guerrilleros. Más allá de cualquier historia, De Roux ha estado ahí para oír, tomar nota, hacer preguntas, invitar a la conversación y hablar sin tabúes ni miedo y con coraje sobre la verdad, entendida como una realidad con hechos concretos y detalles innegables.

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A través de sus conversaciones, Francisco de Roux ha demostrado que somos un país al que le falta leer bien, escuchar y entender realmente a otros. No importa si se trata de un agente de servicio en una central de llamadas, un lector de periódico, un usuario de redes, en Colombia (aplica también para otros lugares del mundo) la mayoría de las personas escuchan para varias cosas: juzgar, responder, confirmar un prejuicio, apoyar una teoría conspiratoria, insultar, lanzar alguna respuesta sarcástica o decir qué harían ellos en ese caso. Pocos se toman la tarea de entender, guardar silencio o responder de una forma respetuosa para que al otro no cause angustia o dolor. Pocos se toman la tarea de dar el beneficio de la duda, escoger las palabras o conversar con honestidad, de forma directa y sin crueldad.

Con sus acciones, Francisco de Roux ha demostrado que el ejemplo es tal vez la forma más potente de tener buenas relaciones con los demás. Que no hay necesidad de responder a los agravios y se puede seguir sin ofender a otros o juzgarlos, porque cada uno está en una parte distinta del camino, de su evolución.

¿De qué está hecho un hombre que es capaz de escuchar todo tipo de relatos sin perturbarse y sin juzgar? De amor y libertad, palabras que en su nivel tal vez más alto están contenidas en Francisco de Roux.

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