Ciudad del ruido

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Adriana Cooper
19 de septiembre de 2019 - 05:00 a. m.
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En Medellín, algunos ya no saben qué es el silencio; se convirtió en un elemento desconocido, sospechoso, incluso. A veces hay niños en los salones de clase que, ante su aparición, se incomodan y buscan un grito, música, una voz. En esta ciudad se volvió natural despertarse un domingo por la mañana con el motor de una guadañadora que corta el pasto de un jardín cercano. También es rutina trabajar en lugares donde las personas escuchan videos sin audífonos o estar en una sala de espera mientras varios televisores replican la emisión del noticiero.

Ante la ausencia de normas y la costumbre, dormir en el barrio Santo Domingo equivale a estar casi despierto: pólvora, música o motocicletas llenan con ímpetu el vacío natural de la noche.

En El Poblado o Laureles, otros piensan en mudarse para huir de restaurantes y hoteles nuevos. El ruido también sale de edificios públicos y crea otras situaciones.  Ana Katarina Carmona, cineasta y fundadora de Querida Productora, cuenta que este es uno de los problemas fundamentales para rodar películas en Medellín y atribuye el hecho a la relación que muchas personas tienen con el espacio público y está conectada con bazares, conciertos y maratones deportivas, con voces y música en su volumen máximo, casi siempre.

A veces el ruido también llega desde los museos, como ocurrió el pasado 7 de septiembre en uno llamado El Castillo. Ante las quejas y pruebas de los vecinos, este lugar escribió un comunicado donde dice haber respetado las normas del Código de Policía y los decibeles máximos permitidos para zonas residenciales durante la noche: 55.

En su texto, este museo recuerda ser “patrimonio cultural de Medellín” y espera “entablar una mejor comunicación, en la que no sea necesario recurrir al desprestigio por medio de calificativos despectivos que ponen en duda la reputación de una institución seria”.  Después de una conversación con su comunicadora, entendí que el alquiler de este sitio a personas o empresas es una forma de lograr que el lugar sobreviva. Y aunque existe la intención de reunir dinero para aumentar controles y hacer reformas arquitectónicas para suavizar el sonido, el silencio dependerá de la voluntad de los realizadores de eventos y su programación parece más importante que la relación con los vecinos, por ahora.

Hace unos meses en el Concejo de Medellín se realizó un debate en el que se aprobó el Proyecto de Acuerdo 151 del 2018, mediante el cual se creará a partir del 2020 “la semana de la tranquilidad y contra el ruido”. Sabemos que la Secretaría de Cultura y la de Seguridad y Convivencia hacen mediciones e intentan educar a las personas. Pero nada de esto servirá hasta que no haya medidas más contundentes y la serenidad personal sea prioridad. La situación empezará a cambiar cuando cada uno se atreva a reclamar silencio a quienes encuentran en el ruido continuo una forma de desconectarse de ellos mismos y del tiempo.

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