En un apartamento del barrio Niquía-Camacol, en Bello (Antioquia), viven dos niños menores de 10 años. Entre esos muros de ladrillo naranja hay una mamá que cada día intenta resolver varias preguntas: ¿cómo conseguir más días de trabajo en apartamentos de familias?, ¿quién va a cuidarlos mientras no estoy?, y otra más: ¿cómo voy a traer comida a la casa? Pan, mucho pan, algunos huevos y arroz hacen parte de desayunos, almuerzos y cenas diarios. Aunque las preguntas sean resueltas, hay una conclusión amarga: al no recibir los nutrientes necesarios, el cerebro de ambos niños no será el mismo que el de un adulto que sí haya comido bien.
Lee este contenido exclusivo para suscriptores
Cuando un país no come bien
16 de marzo de 2023 - 02:05 a. m.