Publicidad

Dignidad mínima

Sigue a El Espectador en Discover: los temas que te gustan, directo y al instante.
Adriana Cooper
03 de febrero de 2022 - 05:30 a. m.
Resume e infórmame rápido

Escucha este artículo

Audio generado con IA de Google

0:00

/

0:00

A veces, en la mitad del día, me dan ganas de llamarlo para hacerle una consulta o preguntarle cómo está. Hay momentos en los que voy por la calle y aparece un olor o una imagen y pienso en su cara, en su cuerpo menudo, en la sonrisa infinita que le daba a todo aquel que se encontrara con él, unos minutos, por la calle. No sé a quién se la aprendió; lo único que tengo claro es que le gustaba la gente: conocida o también sin nombre.

A veces me llegan imágenes mezcladas: las mañanas en las que lo despedía en el balcón, en medio de los juguetes y antes de irse a trabajar. En estos días también recordé aquellas veces en las que lo llamé para contarle decisiones trascendentales: un viaje largo, el matrimonio, luego el divorcio, un cambio de trabajo, y al otro lado lo único que escuchaba era: “Si vas a estar más tranquila o feliz, adelante”.

Hace dos semanas y por efectos colaterales de este virus que ha tocado casi todo lo existente, mi papá se fue de este mundo. Después de casi 60 días en cuidados intensivos, su cuerpo cansado no aguantó más. Entre las historias de asepsia y lejanía que se han escuchado en esta pandemia, la nuestra fue afortunada: tuvimos un grupo de médicos y enfermeras que lo trató como una persona, y no como un número más en la lista de contagios.

Para muchos de esos ayudantes y enfermeras, devolverlo a su casa libre de la enfermedad y muy similar a esa imagen del señor que se veía en esas fotografías pegadas sobre una ventana lateral, se convirtió en su misión y destino. Por eso, las horas previas en las que el cuerpo ya anunciaba el final, el silencio se apoderó de algunos; otros evitaban mirarnos. Tal vez para no perder la compostura; tal vez por no saber qué decir.

En los días previos y de formas diferentes, su esposa, mis hermanas y yo lo despedimos con suavidad. Agradecimos lo hecho y lo liberamos de cualquier angustia u obligación, para que se fuera tranquilo. Para no sumar otros dolores a los del cuerpo. En aquel cuarto número 8, cada una intentó decir sus mejores palabras... o sonreír. Aunque después fuera necesario contener la respiración para evitar liberar la tristeza antes de llegar al pasillo previo que llevaba al ascensor.

Trascender, dejar este mundo cerca a la familia y amigos, con algunas palabras y la posibilidad de mirarse a los ojos, de esta forma, y por última vez, es una oportunidad inexistente para muchos. En países como Colombia, donde muchos son asesinados por otros que no aprendieron qué significa el amor, despedirse se convierte en un acción para agradecer. Y es que al dolor de la despedida natural que trae la vida, otros tienen que asumir más dolores. Porque nunca se está listo para un final violento o para ignorar el destino final de aquellos cuerpos en los que alguna vez vivieron los más queridos.

Educar para los duelos, enseñar a llevar los días finales de alguien y, sobre todo, hacer todo lo posible para que las personas puedan despedir a sus familiares sin dolores agregados es un tema pendiente en Colombia, en colegios, universidades y hospitales. Tratar a otros con suavidad solo por el hecho de ser humanos y hasta el último día es un asunto de dignidad mínima y, a la vez, superior.

Conoce más

 

Felipe(97456)04 de febrero de 2022 - 07:22 a. m.
Acompañándola por la partida de su padre como lectora de su columna por cierto muy bella! lo que nos debería enseñar es que lo único CIERTO en la vida son dos cosas: pagar impuestos y morirse! Pero es que la mayoría de la gente no quiere saber de la muerte! Y saber de la muerte es saber de la vida, así se hace más grande la vida, se aprende a respetarla y a vivirla mejor!
Judith(76151)04 de febrero de 2022 - 03:16 a. m.
Recibe mis condolencias. Su recuerdo será cada día más dulce!
WILLIAM(42380)04 de febrero de 2022 - 03:12 a. m.
Adriana, mis más sentidas condolencias y fuerte abrazo solidario. Bella reflexión que nos lleva a lo más hondo de nuestra intimidad, el dolor del alma, pero, también, a su superación, mediante el amor y el perdón. Agradecer lo que nuestros padres hicieron por nosotros e inculcar a los demás los valores que ellos nos sembraron, es la mejor manera de honrar su memoria. Es una cátedra pendiente.
Magdalena(45338)04 de febrero de 2022 - 01:13 a. m.
Le acompañamos en su dueloPero .Además es afortunada porque le queda el recuerdo de una persona maravillosa como fue su padre..
Nelson(23874)03 de febrero de 2022 - 11:47 p. m.
Mi padre murió también en UCI en 2019. Vivía en otra ciudad. Tuve la suerte de alcanzar a despedirme y sé que él se fue tranquilo después de nuestro encuentro. Ese mismo día partió de su vida terrena. Hoy, su columna me ha sacado lágrimas porque no todos han tenido la oportunidad que usted y yo tuvimos. Despedirse da un nuevo valor, carente de rabia, al dolor de la muerte y puede ser reconciliador
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.