Cuando se estudia la historia de los gobernantes o líderes, hay rasgos de cada uno escritos en las páginas de las biografías o que permanecen en las mentes de los buenos narradores.
De Churchill sabemos que debido a sus accidentes y enfermedades desarrolló una fuerza interior que mostraría posteriormente. Sus detractores y cercanos hablan de un hombre que difícilmente se desanimó ante las críticas o los contratiempos. Parte de esto fue esa mezcla surgida de la indiferencia de su padre y la cercanía de su niñera Elizabeth, que lo llevó a pronunciar posteriormente: “Los árboles solitarios, si crecen, crecen fuertes”. De Angela Merkel resaltan su interés por los datos verificados, la ausencia de protagonismo y la prudencia, una herencia que le quedó en la mente después de su trabajo previo como científica.
Pete Souza, el fotógrafo que acompañó a Obama durante sus dos mandatos, destacó su sensibilidad, la capacidad de análisis (estudiaba todas las noches hasta la madrugada) y el sentido del humor. De la magistrada Ruth Bader Ginsburg, sus compañeros y amigos como Antonin Scalia resaltaron su capacidad para no subir nunca la voz y mantener el control incluso en los debates más intensos. Si pasamos al ámbito local, tenemos líderes como el gobernador de Antioquia, Aníbal Gaviria, de quien sus colaboradores y amigos destacan su austeridad, la capacidad para escuchar bien, ignorar lo nocivo y entender cuál debe ser el rumbo de un lugar o proyecto.
Generalmente no se trata de la coherencia absoluta (como humanos nos debatimos entre el ensayo, el asalto de las costumbres, el deseo ocasional de subvertir el orden y sentir las emociones del pasado) o la ausencia de error: tiene que ver con la capacidad de moderar los impulsos, resolver problemas serios de una forma inteligente o mostrar rasgos de humanidad evidente en medio del poder o la pleitesía.
En el momento de enviar esta columna a la redacción, medios, periodistas y ciudadanos opinaban sobre el nombramiento de un nuevo gerente de Empresas Públicas de Medellín ante la renuncia de Alejandro Calderón, quien solo duró unos días en su cargo después de un escándalo por su hoja de vida e investigaciones de varios medios. A la hora de preguntar sobre los méritos de Daniel Quintero como alcalde de Medellín, algunos de sus cercanos (hablaron sin querer ser citados) mencionaron la valentía, la lealtad hacia sus amigos o colaboradores. ¿Se cuenta como valentía la capacidad de dar información no verificada, enfrentarse al escándalo o ir en contra de una parte importante de la ciudad? ¿Lealtad también es defender a ciertas personas con reputación dudosa?
La historia nos mostrará cuáles fueron los méritos de Quintero, pero por ahora hay uno visible: la capacidad de unir a grupos, medios de comunicación, sectores y personas distintas de la ciudad que tal vez no se hubieran juntado de otra forma; gente que ahora conversa, cuestiona o vigila más allá del escándalo o incidente semanal y alrededor de un interés fundamental: el futuro de Medellín.