Hoy es mi primera columna en este periódico y por eso quiero presentarme, contar un poco sobre mí. Después de ser corresponsal en Israel, enseñar a jóvenes en Jerusalén, pasar por varias salas de redacción y estar atenta a la inmediatez de las noticias bajo las órdenes de editores distintos, escogí un camino nuevo en Medellín: ser profesora de niños, trabajar con la comunidad judía y dedicarme al periodismo cultural, especialmente al relacionado con libros: presentaciones, jefaturas de prensa, entrevistas, clubes de lectura, escritura de artículos o reseñas.
En el 2017 me despedí del oficio de columnista para enfocar buena parte de mi atención al trabajo en el taller de escritura de la Biblioteca Pública Piloto que dirige Juan Diego Mejía. Decidí terminar una etapa en El Colombiano al ver cómo iban en aumento las expectativas de los lectores, las horas invertidas en lectura de correos, respuestas a invitaciones o estudio de ciertos temas. Al igual que ahora, quería escribir cuentos, entender mejor las palabras, trabajar con ellas de la forma en que las describió Orhan Pamuk en la ceremonia de entrega del Premio Nobel de Literatura: “Cuando las sostenemos en nuestras manos, intuyendo los caminos por los que cada una de ellas se conecta con las demás, mirándolas a veces de lejos, a veces casi acariciándolas con nuestros dedos y las puntas de nuestros lapiceros, cambiándolas de lugar, durante años seguidos, con paciencia y con esperanza, estamos creando mundos nuevos”.
Hace un par de semanas, en un recreo del colegio donde trabajo parte del día, recibí una llamada en la que me preguntaron si aceptaría la propuesta de volver a ser columnista. Dije sí, porque me interesa este periódico y porque me gusta formular preguntas y participar en debates sobre temas para los que el silencio es nocivo: la naturaleza, las editoriales independientes, la educación, la justicia, nuestros gobernantes, la bondad, los prejuicios, la situación de las mujeres, las causas que algunos consideran perdidas o la vida en ciudades como Medellín donde habrá elección de gobernantes y, ojalá, realidades nuevas. No sé cuántas personas leerán estos textos que aparecerán aquí cada 15 días ni cómo saldrá este ejercicio de escritura y pensamiento. Lo único seguro por ahora es que cada semana me sentaré más seguido en la mesa del comedor de mi casa durante las madrugadas para leer en silencio y escribir. Probablemente encontraré preguntas, elogios, lecturas distorsionadas, insultos, invitaciones y conoceré otras personas. Estaré expuesta a críticas, burlas o a las sombras propias y ajenas. Estar aquí es volver a vivir con un desasosiego intermitente: ¿sobre qué voy a escribir? También implicará mirar ciertas situaciones hasta encontrar el significado, dar mucha atención a las palabras y ser consciente de su fuerza, de los sentimientos que pueden causar, de las situaciones que crean. Habrá aciertos o el deseo de cambiar lo publicado. Sin embargo, en hebreo hay una frase que me gusta y anima: Ein davar haomed mipnei ratzon: no hay nada que se interponga a la voluntad.