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Por el derecho a la delicadeza

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Adriana Cooper
28 de julio de 2023 - 02:05 a. m.
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Las alas color azul tornasol de una mariposa que sube y baja entre las hojas del jardín, la última fuerza del viento al final del día en una tarde de mar, pasar la mano sobre un sofá de terciopelo o tocar la piel de un bebé que acaba de llegar a este mundo son algunas de las definiciones físicas que dan la naturaleza y el mundo de los objetos. El diccionario define este término como suavidad o finura. Si trascendemos lo físico podemos decir que tiene que ver con la atención que damos a otros o la forma en que cuidamos nuestras acciones y palabras.

Ruth Bader Ginsburg, magistrada estadounidense, lo explicó con un ejemplo vivido por ella. En los debates que buscaban la aprobación de sentencias en favor de los más débiles y excluidos, no gritaba ni usaba palabras hirientes o violentas: hablaba con la suavidad y la claridad que usan muchos profesores de niños. No lo hacía así porque dudara de la inteligencia de su público o lo viera con otra edad: actuaba así para lograr unir más personas a su causa. Creía que una actitud agresiva podía llevarlos al lado opuesto. También pensaba que aunque las personas tuvieran fortaleza o se vieran muy capaces, cada una guardaba cierta fragilidad que a veces no era necesario tocar.

Ese interés que tenía Ruth Bader Ginsburg por evitar la brusquedad innecesaria también lo han tenido otros líderes en el mundo. En Antioquia, lugar desde el que escribo, tenemos a un hombre como Juan Luis Mejía, exrector de la Universidad EAFIT y conocedor del mundo cultural. A él se suman mujeres como María del Rosario Escobar, directora del Museo de Antioquia, y Yesica Prado, directora académica de los Eventos del Libro. Su liderazgo e inteligencia se ven en las palabras que dicen, en las que guardan y en la capacidad de asumir con gracia situaciones complejas o jornadas extensas de trabajo para su equipo. También evitan avergonzar a la gente en público.

Como ellos también hay muchos en otras regiones de Colombia. Sin embargo, no son suficientes para que en este país dejemos de ver las noticias que vemos y para que las personas se animen a trabajar más con otros, a valorar y agradecer lo que sale de sus manos. Esa es la delicadeza: aquella que es capaz de decir verdades, hacer sugerencias o contar tragedias con la conciencia de saber que al otro lado hay alguien con sueños, problemas o con una historia previa turbia que se mueve ante algunos sucesos.

En este país en el que ya somos más de 50 millones de personas necesitamos más líderes que nos acompañen a encontrar soluciones y que no nos impongan la autoridad solo porque sean los jefes.

Aquí hacen falta más profesores que no avergüencen en público a los jóvenes, más conductores que detengan su bus unos segundos mientras la persona acomoda las bolsas que trajo, más vigilantes que pregunten antes y asuman menos.

Cambiar esa rudeza —que tal vez les llegó a algunos por herencia, a través de letras hiperbólicas de himnos, de trabajos campestres donde la dureza de la tierra se trasladó al carácter o que vino por una casa ruda que no conoció las formas suaves y posibles del amor— puede aliviar los días, en el mundo frenético, dudoso y con hambre de fama en el que vivimos. Lo dijo James Broughton: “La verdadera delicadeza no es algo frágil”, antes todo lo contrario.

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Maria(47932)29 de julio de 2023 - 01:26 a. m.
Gracias por sus palabras suaves en este artículo. Necesitamos esa suavidad en nuestro lenguaje y en nuestras actitudes. La vida se haría más dulce y fácil de llevar.
conrado(xybxp)28 de julio de 2023 - 07:25 p. m.
Un Humano. Gracias...
Dagoberto(51763)28 de julio de 2023 - 06:51 p. m.
Una delicadeza que sea el antídoto contra la violencia y la intolerancia.
Judith(76151)28 de julio de 2023 - 06:38 p. m.
Excelente!!!!
Oscar(36876)28 de julio de 2023 - 05:28 p. m.
Hermosa columna Adriana, gracias.
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