Hace unos días, en la feria de moda que terminó hace poco en Medellín, hubo un hecho que llamó la atención a alguien que durante muchos años ha trabajado con telas y estuvo en la edición pasada: muchos de los asistentes que fueron invitados para describir los desfiles y el trabajo de los diseñadores parecían más interesados en mostrar su propio vestuario a través de las redes que en cumplir la misión asignada.
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Hace unos días, un conocido reveló los nombres de algunas cuentas conocidas que compraron seguidores para aumentar los números y parecer más influyentes. Hace unos días, una experta en gastronomía contó cómo le quitaron un trabajo después de que otra persona movió sus influencias para estar ahí y ganar más reconocimiento. Para muchos, estas situaciones tienen que ver con esa sensación de dopamina que producen las interacciones en las redes y el hecho de ser reconocido.
Matthew Barnard lo explica bien en un artículo que habla sobre esa cultura de la celebridad que vivimos: “Ser famoso significa ser conocido por mucha gente. Ser conocido por alguien es estar presente para él. Ser famoso es estar presente ante mucha gente. Y la medida de la fama es qué tan presente está la celebridad para la gente. La presencia constante es la meta”. Para algunos, las redes sociales son la vía principal para lograr esto. A veces, aunque implique un escándalo, renunciar a la vida privada o ignorar lo bueno que hay en otros, como en el caso de la feria de moda.
Ganar la aprobación es el propósito para otros. Cueste lo que cueste, literal. Un ejemplo de esto es el actual Gobierno. Según un informe publicado hace unos días por la Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP), el presidente actual de los colombianos y su equipo han gastado $662 millones en influencers y otros métodos de comunicación.
Mientras el Gobierno desacredita a la prensa o a quien tiene una visión diferente, aumenta los gastos en personas que afianzan su mensaje. Esto es un poco similar a la estrategia de Daniel Quintero en Medellín. ¿Qué pasaría si en lugar de invertir ese dinero en quedar bien o ser más visibles y famosos, se enfocan en crear confianza a través de los hechos?
¿Qué tal si el reconocimiento se convierte en un resultado del buen trabajo y no al revés? Las enfermeras y los enfermeros, las personas que limpian las calles, las maestras de preescolar o las decoradoras de vajillas en El Carmen de Viboral son un ejemplo de esas personas que sostienen el mundo, en silencio, aunque su oficio no aparezca en ninguna grabación. Los deportistas olímpicos son otro ejemplo: gente que desaparece casi totalmente durante cuatro años y llega hasta las competencias para ofrecer los resultados de su entrenamiento.
En el libro El arte de la entrevista, de Rosa Montero, la autora conversa con Paul McCartney sobre la fama: “Y en cuanto a la presión de ser Paul McCartney, la manera como me defiendo es no sintiéndome Paul McCartney. Esa es la parte famosa de mí, es él, es el negocio. Pero por dentro yo me siento igual que siempre, me siento como el muchacho de Liverpool. Me gustan las mismas cosas que antes me gustaban. El canto de los pájaros es exactamente igual ahora que cuando tenía cinco años”. El poder está en ser y no en parecer.