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Es casi mediodía y a un costado de una calle polvorienta y bañada por el sol hirviendo hay un perro herido que respira con dificultad y al que se le marca cada uno de sus huesos. Cuentan los vecinos que lleva ahí varias semanas. En el sitio no hay rastro de agua o comida y ni siquiera tiene fuerza para levantarse y abandonar los rayos que lo queman. A unos 20 minutos de allí hay un hilo de sangre que se extiende por una calle. Al seguirlo, un voluntario que llegó al lugar encontró el final de la señal: el cuerpo en descomposición de otro perro callejero, atropellado horas atrás. Los gatos tampoco se salvan de la indiferencia: los voluntarios de la Fundación Alma Perruna que trabajan en Bogotá y en la Costa colombiana han visto morir decenas de gatos que estaban en el Polideportivo.
Cada visita a esta ciudad tiene asegurados varios rescates: “En cada una de nuestras jornadas (de esterilización) la situación sigue empeorando. Cada vez que vamos nos encontramos con muchísimos gatos”, cuenta la gente de esa fundación. A esta se suman otras que han llegado hasta aquí ante los rumores del horror. Muchos animales están enfermos o solos, aunque tengan unos cuantos días de haber nacido. ¿A qué se debe tanta indiferencia en Santa Marta? ¿Cuál es el papel de las autoridades y de la alcaldesa, Virna Johnson?
Al respecto, la senadora Andrea Padilla cuenta que la alcaldesa Johnson no aceptó la ayuda de la Sociedad de Activos Especiales (SAE) para recibir un predio que podría ser el centro de bienestar animal. Además de esto, tiene un proceso por desacato de un fallo judicial, un proceso abierto en la Contraloría y decenas de quejas por redes sociales. El caso de desacato se abrió tras el incumplimiento de una orden judicial motivada por una acción popular presentada por una veeduría de bienestar animal en Santa Marta.
A lo anterior se suma el Concejo de la ciudad: ¿dónde está el control político? Mientras nuestras autoridades hablan, piensan, miran o crean comisiones, los animales siguen sufriendo y los voluntarios de ciudades como Bogotá y Medellín son quienes realizan colectas para llegar hasta acá y rescatarlos.
Según la senadora Andrea Padilla, “esta inoperancia de los entes de control, aun en casos tan dramáticos como el de Santa Marta, es un reflejo de la fragilidad de nuestro Estado, lleno de porosidades por las que se filtra la corrupción, y de la poca importancia que aún dan algunos funcionarios a la protección de los animales; lo consideran un asunto irrelevante, desoyendo la importancia creciente que tiene para la ciudadanía”.
Kurt Tucholsky, filósofo alemán de origen judío, dijo una frase que se pronuncia en varios recorridos por el Museo del Holocausto, en Jerusalén: “Un país no es solo lo que hace sino también lo que tolera”.
En Colombia parece que nos acostumbramos a ver personas con hambre en los semáforos, turistas comprando sexo en las calles de Medellín y a leer cifras de niños en situación de hambre o maltrato en La Guajira o Chocó. Aunque hay más de 200.000 organizaciones de la sociedad civil y personas de buen corazón que lo dan todo para cambiar la realidad, aún no es suficiente. Si miles de personas no tienen derecho a la dignidad y a lo mínimo, imaginemos qué les queda a los animales. ¿Dónde está el poder? En las acciones diarias de cada uno de nosotros.
