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Hay gente que habla mucho y anuncia tantas cosas para convencer y ganar la aceptación que, al final, producen lo contrario: el deseo de sentir su silencio y ver que sus acciones hablen por sí mismas. Algo así les sucede a muchos colombianos con Gustavo Petro, el presidente. Desde una tarima y rodeado de un público que aplaudía con más intensidad cuando pronunciaba palabras como lucha o resistencia, aprovechó el discurso del 1.° de mayo para anunciar el rompimiento de las relaciones diplomáticas con Israel.
Desde que se produjo el ataque del 7 de octubre por parte de Hamas a la gente de Israel y el operativo militar posterior en Gaza, la incomodidad del presidente Petro ha sido evidente. Y con toda razón: ahí han muerto miles de personas y las imágenes que llegan a diario desde ese lugar solo demuestran la ignorancia de los gobiernos y mediadores. Una ignorancia que lleva a resolver problemas por la fuerza y está inspirada por emociones de la agitación y las palabras que la rodean: guerreros, lucha, resistencia, rebeldía.
La ignorancia del presidente de los colombianos no se ve solo en el hecho de no reconocer aún el sufrimiento de los israelíes que aún viven en algún lugar de Gaza como rehenes o de no admitir aún la violencia sexual que sufrieron las mujeres del país judío, a pesar de las pruebas y los testimonios reunidos por personas como Qanta Ahmed, médica musulmana que vive en Nueva York y estuvo en Colombia hace unas semanas.
La ignorancia del presidente se ve también en la incoherencia de un discurso que desde un principio promueve la paz y la celebración de la vida y, al mismo tiempo, habla de romper relaciones diplomáticas, una estrategia que, aunque puede llevarse muchos aplausos, al final poco tiene que ver con esa búsqueda de la armonía y la conciliación entre las personas de las que habló en su Plan de Gobierno.
Aquellas personas que han sido consideradas buenas negociadoras (Nelson Mandela fue una de ellas) y tienen entre sus propósitos el logro de la paz y la armonía han sabido conversar con todas las partes y han sido capaces de hacer concesiones mientras mantienen sus principios con firmeza. Romper relaciones, desconocer el sufrimiento de un lado o lanzar adjetivos degradantes en un discurso que ven miles de personas y viaja en cuestión de segundos a todos lados gracias a las redes sociales, va en contra de esa sabiduría de la paz que el mismo Petro ha querido promover.
Esta actitud tiene que ver con la incapacidad de ver todos los lados y observar con calma lo que suena distinto o se ve raro. Ya lo dijo el psicólogo y profesor Adam Grant esta semana: “En culturas de integridad, la disensión es una señal de compromiso con la calidad. La gente expresa sus opiniones y el debate respetuoso mejora la decisión”.
Un país como Colombia, que se escandaliza a ratos en redes porque una escritora expresa una opinión diferente sobre un libro tan popular como El infinito en un junco y donde algunos reaccionan con insultos a su opinión en lugar de ver si hay algo valioso en lo que dice, necesita aprender a conversar y ver cómo las acciones en beneficio del mundo o de la gente cercana unen y son más fuertes que la indignación.
