En mi colegio nos escondíamos para jugar con la tabla ouija. Formábamos un círculo con los ojos cerrados y las manos tomadas, mientras la líder preguntaba: “¿Espíritu, estás aquí?”. La ventana que se agitaba o el lavamanos que goteaba eran la señal de esa presencia sobrenatural, tan anhelada y temida.
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Luego comprendí que no hay mejor tabla ouija que un libro. Desde la primera página el espíritu del autor está presente. Leer es dialogar con muertos que viven en su obra o con vivos que no conozco. Escucho voces nítidas que me hablan desde épocas remotas o me transportan a lugares que jamás visitaré.
En la nota editorial de la Biblioteca de escritoras colombianas, publicada en 2022 y que incluyó 18 libros de igual número de autoras descatalogadas, Pilar Quintana escribió: “De niña y adolescente, en el colegio, leí por lo menos una decena de autores colombianos. Entre ellos había clásicos indiscutibles de la literatura universal, obras extraordinarias, pero también las había regulares y malas, algunas cursis, racistas, aburridas, que yo no le recomendaría a nadie. ¿Cuántas escritoras incluía? Ninguna”.
Ninguna. Las mujeres escritoras han sido fantasmas en el sistema educativo. Espectros que casi nadie invoca. Las niñas crecemos leyendo obras de señores y señoros, algunos inspiradores y otros insípidos, con el mensaje no tan subliminal que implica ese canon literario que cada año se replica en el plan lector y en los programas de las asignaturas: “Lo que vale la pena leer es lo que escriben los hombres”. El patriarcado inoculado desde el morral del colegio.
Por eso es tan valioso que este sábado, en el Día de la Mujer, haya empezado a circular la segunda etapa de la Biblioteca de escritoras colombianas: 10 antologías con obras de 97 autoras, algunas vivas, la mayoría muertas y muchas olvidadas. Un esfuerzo de un equipo editorial que lidera Pilar Quintana, junto con la poeta Camila Charry, la escritora Natalia Mejía, la editora Ana Lucía Barros y el respaldo de Adriana Martínez, directora de la Biblioteca Nacional de Colombia. Escritoras que editan y difunden a otras escritoras, como ha ocurrido en el pasado, en un acto poético y político con gran impacto cultural.
Autoras ha habido siempre. El actual “boom de escritoras” habla del mercado editorial, más que del oficio de escribir. En el siglo XIX y a comienzos del XX muchas escribieron diarios y cartas, pero también poemas, cuentos y reflexiones que publicaron en periódicos y revistas. Los libros, en cambio, fueron un púlpito masculino con escasas excepciones. Por eso la arqueología hemerográfica que hay detrás de esta biblioteca resulta tan valiosa.
En el prólogo de Poesías, el libro que Agripina Montes del Valle publicó en 1883, Rafael Pombo armó una lista de autoras que, según él, eran excelentes, pero no se leían por puro prejuicio: “Ah, versos de mujer ¡por leídos!”. Han pasado casi 150 años y a Pilar Quintana le preguntan si las mujeres escribimos sobre maternidad, pajaritos y florecitas. Bienvenida esta Biblioteca de escritoras colombianas que saca de la ultratumba a tantas voces diversas, desde dramaturgia hasta relatos de ciencia ficción. Autoras insumisas que recuerdan que escribir ha sido un acto de rebeldía.