En 2023, cuando se puso de moda la conversación sobre la sorprendente frecuencia con la que los hombres piensan en el Imperio Romano, imaginé que si me hubieran preguntado cuál es el hecho histórico recurrente en mi mente habría contestado que el holocausto judío. No habría dicho “la Segunda Guerra Mundial” porque no pienso en el Día D, ni en Pearl Harbor, ni en los nazis en el invierno ruso. A veces sí en Hiroshima, sobre todo por el libro de John Hersey, pero mi imagen repetida son los trenes atestados de judíos rumbo a los campos de concentración, el gueto de Varsovia, Ana Frank, Primo Levi, las cámaras de gas, los niños asesinados, las familias separadas y los cuerpos esqueléticos.
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Para el hambre tengo una imagen concreta: la escena de El Pianista, de Roman Polanski, en la que un hombre se lanza al piso en plena calle para llevar a su boca un poco de comida que acaba de derramarse.
No sé cómo juntar estas imágenes con las que ahora inundan las pantallas: bombardeos, cadáveres y niños famélicos en Gaza, víctimas del genocidio palestino que cometen descendientes de quienes padecieron la persecución nazi.
¿Qué hacer? El drama del exterminio judío viene acompañado de la pregunta sobre cómo fue posible que, a mediados del siglo XX, mataran a 6 millones de personas y no se hubiera frenado esa monstruosidad. Había rumores sobre la existencia de campos de concentración, pero el tamaño del horror solo vino a dimensionarse cuando terminó la guerra.
Ahora es distinto: no hay prensa internacional y ya han matado a 250 periodistas palestinos, pero aun así abundan los testimonios que prueban que la gente se está muriendo de hambre, que Israel bombardea hospitales, que todos los días matan niños, que no es una guerra contra un ejército sino contra población civil que, por ser palestina, es sospechosa de ser simpatizante-aliada-amiga o cualquier cosa de Hamas. Lo del 7 de octubre de 2023 fue un horrible acto terrorista, pero la respuesta ha sido tan desproporcionada y cruel que vale recordar que en 2015 Netanyahu había tergiversado la historia para inventar que el holocausto judío que cometieron los nazis alemanes fue instigado por palestinos.
Al momento de escribir esto, van 64.231 palestinos fallecidos en Gaza, de los cuales 19.000 eran niños. Hay 160.000 heridos, el 86 % de la población destechada y más de medio millón de personas atrapadas en la hambruna.
¿Qué hacer? Recibo mensajes que me invitan a grabar un video, a usar un hashtag, a publicar en redes la bandera palestina. Sé de las buenas intenciones que animan estos gestos, pero desconfío del activismo de sofá y de Instagram, que sólo sirve para tranquilizar conciencias. ¿O no? No sé. Quizás es peor no hacer nada. Escribo para tratar de aclarar mis ideas, pero solo encuentro impotencia: la angustiosa sensación de saber que matan y matan sin freno y no hay nada concreto que podamos hacer, salvo señalar la desfachatez sin límite del expresidente colombiano y disc jockey Iván Duque, quien, en medio de esta catástrofe, publica en redes su encuentro con el genocida Benjamin Netanyahu, un criminal de guerra con orden de captura de la Corte Penal Internacional. Duque posa alardeando que le llevó su nuevo libro al matón. Un bodrio.