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Cuando digo en clase que algunas tatarabuelas de quienes estamos en el salón no aprendieron a leer ni a escribir los estudiantes se asombran. Hacia 1900 la tasa de analfabetismo en Colombia era del 66 % y aún mayor entre las mujeres. Los libros firmados por ellas eran tan excepcionales que hace un siglo a sus autoras les decían “bachilleras”, con el mismo desprecio del “igualada” de hoy.
Ahora son numerosos los libros escritos por mujeres. Recientemente me conmoví con tres obras en las que sus autoras cuentan pedazos de sus vidas, y lo hacen con claridad y brillo en el manejo del lenguaje.
La primera es Fragmentos de vida, de Florence Thomas, quien a sus 80 años recuerda su niñez y juventud en Francia, su arribo a Bogotá en 1967, sus años en la Universidad Nacional, el Grupo Mujer y Sociedad, la maternidad, el divorcio, la lucha por el derecho al aborto, la jubilación, las columnas y la vida lenta de la vejez.

De su llegada a Colombia destaca: “No encontré mujeres, quiero decir, mujeres en cuanto sujetas de derechos, ciudadanas plenas, no encontré sino madres”. Esa mirada sobre la maternidad como eje y mandato de la vida femenina, así como las descripciones del mundo académico, lleno de machismos y de pequeños y risibles feudos de poder, emparenta a este libro con La mujer incierta, de Piedad Bonnett, en donde la autora cuenta jirones de su vida a partir de experiencias corporales.
“La vida es física” es un verso de José Watanabe que le he oído citar a Piedad Bonnett y esa idea atraviesa a La mujer incierta, una memoria del envejecimiento visto desde el espejo de los padres, pero también del deseo, la enfermedad y el hastío. La autora se desnuda como una burguesa que, por serlo, ha sido rechazada; como una madre que, con las dudas de la culpa, se fue a vivir sola por unos meses a Madrid; como una profesora que se cuestiona si no dilapidó demasiadas horas preparando clases, y como una intelectual que valora la potencia del humor. “El perfeccionismo es una de las formas de la inseguridad”, escribe esta poeta “criada en la obediencia, la forma doméstica de llamar a la sumisión”.
La tercera obra aún no tiene forma de libro, pero espero que alguien lo edite. Son las columnas de Tatiana Andía, socióloga de 44 años y profesora de salud pública, quien en septiembre de 2023 informó: “con la biopsia definitiva en mano, mi oncóloga, a quien he visto apenas dos veces, me dio a conocer mi diagnóstico definitivo: cáncer de pulmón metastásico”.
Muchos vemos la muerte como una perspectiva brumosa, pero ella, que decidió no hacerse quimioterapia, la sabe inminente y la afronta con lucidez y sin dramatismo. Andía cuenta en Razón Pública su declive físico mientras habla de vino, viajes, la alegría que le llega en audios de WhatsApp y la mano de su pareja. “Me he sentido acompañada en la tarea de hacer que mi vida se tomara al cáncer y no al revés”, dijo al cierre de su última columna. Para sus lectores fue un regalo disfrutar de su voz inteligente y profunda, que me recuerda la de la escritora Marcela Villegas. Ellas me hablan al oído, así como Florence, Piedad y otras narradoras valiosas de este siglo XXI.

Por Adriana Villegas Botero
