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Entre los temas sobre los que no se habla está el dinero. Es de mala educación preguntarle a la gente cuánto gana, cuánto gasta o cuánto aportó para la “lluvia de sobres” y, sin embargo, muchos dedicamos más tiempo del que quisiéramos a pensar en plata, o en cuentas, facturas, deudas y en las maromas que hay que hacer para pagarlas.
Este mes presento mi declaración de renta y me tiene pensativa. Los impuestos son necesarios para que la sociedad funcione y, según el principio de solidaridad, es justo que quienes tienen más tributen más (¿para cuándo los impuestos a las iglesias?). Ante quienes alegan el supuesto fracaso de gobiernos de izquierda por la pobreza en la que viven en Cuba (Haití nunca sirve para el ejemplo) vale hablar del estado de bienestar de Suecia, Noruega o Dinamarca, en donde más de la mitad del ingreso de sus ciudadanos se va en impuestos. Tributar es la consecuencia de vivir en sociedad.
Pagar impuestos es lo justo, lo civilizado, y de hecho pagamos impuestos casi todos los días, porque buena parte de lo que compramos tiene IVA. No obstante, una cosa es pagar tributos al detal (por salud mental no se me ocurriría calcular cuánto suma mi IVA diario) y otra es el batacazo del impuesto de renta que, como dije, me tiene pensativa.
¿En qué se van nuestros impuestos? En 2022, Mr. Taxes, exdirector de la DIAN, envió un correo con un gráfico que respondía esa pregunta. El sector cultura es tan diminuto que ni se ve. De ciencia, ni hablar. Gran parte se dedica a pagar la deuda pública y al sector de seguridad y defensa. Firmamos la paz, pero seguimos con un presupuesto de guerra.
Ojalá todo fuera para inversiones y funcionamiento. El cuadro de la DIAN no muestra que nuestros impuestos financiaron las balas con las que se cometieron los falsos positivos, los $70.000 millones de Centros Poblados, los $46.800 millones de los corrotanques para La Guajira, los $40.000 millones de la inexistente PTAR de Manizales, los paseos de las mascotas del exfiscal Francisco Barbosa, el viaje a la fiesta de Panaca de los hijos del expresidente Duque, el salario de los colaboradores personales del congresista David Racero y la buena vida de diplomático de Armando Benedetti en Europa.
Pero al lado de esa corrupción pública, de la que sí se habla, hay otra que es la que me tiene pensativa: la de los evasores que no pagan impuesto de renta y pontifican “los buenos somos más” mientras se quejan de la podredumbre estatal. Me refiero a prósperos odontólogos, abogados, médicos, ingenieros y consultores de distintas profesiones que laboran como “independientes”, tienen casa, carro, viajes y una declaración de renta puntual que siempre sale en ceros. “Gente de bien” con carreras exitosas, oficinas lujosas y trabajos estables, que sin embargo, cuando uno pregunta ¿te puedo pagar con tarjeta? o ¿a qué cuenta te consigno? responden “mejor me das la plata en efectivo” y entregan un recibo de caja hecho a mano. Les parece tan normal que ni siquiera lo ven como una corrupcioncita, sino como la consecuencia natural de su habilidad para hacer plata.
Muchos conocemos a varios con ese perfil pero, como escribí al comienzo, del dinero no se habla.

Por Adriana Villegas Botero
