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El boletín de la semana pasada del Servicio Geológico Colombiano indica que el volcán que veo desde mi casa sigue en alerta amarilla. Significa que está tranquilo, aunque los que vivimos al pie de un volcán sabemos que “tranquilo” tiene muchas variables: a veces la fumarola se ve enorme, a veces cae ceniza, a veces huele a azufre, a veces tiembla (y tiemblo yo del pánico) y a veces la alerta cambia a naranja. Cuando eso ocurre decimos que el volcán se alborotó.
Hay gente a la que todo esto le provoca terror, pero a mí me genera fascinación: es un privilegio disfrutar un paisaje bellísimo y saber que dentro de esa montaña hay tanto movimiento.
Colombia queda en el cinturón de fuego del Pacífico y tenemos varios volcanes activos. Además de mi amado Cumanday (El Ruiz, para los de afuera), están en alerta amarilla el Huila, Santa Isabel, Chiles, Machín, Cerro Negro, Cumbal, Galeras, Puracé y Sotará. El resto (porque tenemos muchos más) está en alerta verde.
En 2023 el Ruiz estuvo en naranja. Cada vez que eso ocurre, los noticieros de televisión dan la información con música de suspenso y los familiares y amigos que viven lejos llaman a preguntar que cuándo vamos a evacuar. Acá en Manizales sabemos que las alertas naranjas no implican correr a empacar la maleta y a comprar papel higiénico y agua embotellada en el supermercado, pero sí indican que hay que estar vigilantes, y eso significa estar pendientes de lo que diga el Servicio Geológico Colombiano.
En dos meses se van a cumplir 40 años de la tragedia de Armero, Chinchiná y Villamaría (siempre se habla de Armero, dejando de lado los 3.000 muertos de Chinchiná y Villamaría) y si algo bueno quedó de semejante desastre fue el Observatorio Sismológico y la red de monitoreo de volcanes que permite que hoy, a diferencia de 1985, sepamos por aparatos y no a simple ojo en qué momento la montaña se alborota y qué debemos hacer. Algún día los lahares volverán a bajar por los mismos ríos, tal y como lo han hecho varias veces en siglos y décadas pasadas, pero la diferencia es que hoy (quiero creer) el Servicio Geológico Colombiano está en capacidad de dar la información a tiempo.
La mitad del éxito consiste en que ante un inminente desastre la alerta llegue. La otra mitad está en que la gente crea y haga caso. En que si una autoridad dice “evacúen” la gente no piense “¿será que sí?”.
Por eso me parece tan grave lo que desde hace algunos días viene ocurriendo con las redes sociales del Servicio Geológico, que ahora salpimientan su información sobre volcanes y sismos con propaganda proselitista a favor del gobierno de Gustavo Petro. Según La Silla Vacía “las redes oficiales de 77 entidades del gobierno se convirtieron en una bodega” al servicio del discurso petrista. “El Estado soy yo”, versión petroverso. Está mal la presión sobre todos los community manager de entes nacionales (¡el Centro Nacional de Memoria Histórica!), pero en el caso del Servicio Geológico hay un riesgo mayor. En una emergencia urge que todos obedezcan: petristas, uribistas, centrífugos, abstencionistas y despistados. Mezclarles política a los mensajes de prevención del riesgo es tan peligroso como jugar con lava. La falta de credibilidad de una entidad como esta puede hacer tanto daño como una avalancha.
