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La ilusión del practicante

Adriana Villegas Botero

02 de diciembre de 2025 - 12:05 a. m.

Este jueves celebro 30 años como periodista. Cada cual marca distinto el día del arranque de su vida profesional. Puede ser el primer día de clases en la universidad o la fecha del diploma. Mi día uno fue el lunes 4 de diciembre de 1995, cuando entré como practicante de la sección Vida Colombiana, de El Espectador. El editor era Diego Chonta, quien fue mi primer jefe-maestro.

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No me pagaban y a veces me era difícil reunir para el bus y el almuerzo. No existía Transmilenio. Pude haber hecho alguna práctica remunerada, pero cuando resultó la opción de estar en una sala de redacción dije “sí” sin dudar, porque era lo que soñaba. Estaba feliz pero, sobre todo, muy nerviosa. Temía no dar la talla. Había sido buena estudiante pero trabajar en un periódico era otro nivel: presentía que cuando me asignaran la primera reportería iban a descubrir que no tenía fuentes, que no sabía conseguir noticias, que conocía menos libros, música y cine que todos los demás, que no había viajado fuera de Colombia y no sabía inglés. Era cuestión de tiempo que me pillaran. Después supe que eso se llama “Síndrome del impostor”, que es muy frecuente en las mujeres y que los años no garantizan que esas inseguridades se esfumen. Aún hoy, a veces, me asaltan miedos similares.

Sin embargo, lo que más recuerdo de esos primeros días como practicante es la embriaguez de felicidad. La ilusión intensa por descubrir un mundo nuevo. En ese entonces El Espectador atravesaba una crisis económica dura y algunas voces me advertían “esto ya no es lo que era”, “han echado a mucha gente”, “ya no contratan a casi nadie”. Sentía que había llegado tarde y que la mejor época había sido un “antes” remoto; pero al mismo tiempo mi mejor época era ese presente en el que yo, por fin, había llegado a donde quería estar. Las voces grises chocaban con el sol que brillaba para mí.

No existían los celulares, internet, ni las redes sociales. Había un cuarto oscuro para revelar las fotos porque faltaban aún varios años para la fotografía digital. Los corresponsales y columnistas enviaban sus textos por fax y había que transcribirlos. Se rumoraba la creación de canales privados de televisión y eso, vaticinaban algunos, iba a ser el acabose del periódico. Yo escuchaba en silencio, sin saber qué opinar, pero algo mío les gustó porque me contrataron antes de terminar la práctica y duré 6 años como reportera. Salí en 2001, en medio de una reestructuración enorme, como las que sacuden con frecuencia a los medios. Fue duro, pero la experiencia, lo aprendido, y los amigos que gané se quedaron para siempre.

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Tres décadas después veo ese manojo de nervios e ilusiones que fui en el espejo de mis estudiantes. Jóvenes llenos de sueños, listos para salir a su práctica o recibir su diploma. Muchachos que son la suma de su esfuerzo académico y del sacrificio económico de sus papás. A los 21 años uno tiene derecho a ver la vida desde la ilusión y la esperanza. A equivocarse y corregir. A que le enseñen, porque todos alguna vez fuimos practicantes. “Le tocaron, como a todos los hombres, malos tiempos en que vivir”, escribió Borges. Por fortuna los buenos tiempos también nos tocan a todos. Toma años darse cuenta.

Por Adriana Villegas Botero

Periodista, abogada y doctora en literatura. Autora de los libros ‘El oído miope’, ‘El lugar de todos los muertos’ y ‘Sakas’. Profesora en la Universidad de Manizales. Ha recibido tres veces el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar.
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