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Periodistas camuflados

Adriana Villegas Botero

01 de julio de 2025 - 12:05 a. m.

Günter Wallraff es un periodista alemán que en 1985 publicó Cabeza de turco, un libro que narra la discriminación que sufrió en Alemania Occidental cuando se hizo pasar por Ali Sigirlioğlu, un inmigrante turco. En 2015, Andrés Felipe Solano publicó un ejercicio similar: en Salario mínimo cuenta sus seis meses en la Comuna 13 de Medellín, donde ocultó su identidad para vivir y trabajar con gente que subsiste midiendo cada centavo.

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Lo que viene ocurriendo en Colombia tiene un cariz muy diferente: no se trata de intrépidos cronistas encubiertos que se someten a un borrado de su identidad en aras de una reportería inmersiva, sino de periodistas que esconden quiénes son para evitar agresiones. Reporteros que prefieren no portar chalecos, camisetas o gorras de sus medios y que usan el micrófono sin el cubo que identifica a su noticiero, para poder obtener información en marchas y manifestaciones sin volverse ellos mismos en el centro de la noticia, por los ataques que sufren.

Hace pocos días, una periodista de RTVC fue agredida en la entrada de la Fundación Santa Fe por gente que protestaba por la violencia contra Miguel Uribe, y lo mismo ocurrió en Bucaramanga contra un reportero de RTVC agredido por gente que pedía paz en la “marcha del silencio”. Otros comunicadores salieron de blanco para evitar ser identificados y agredidos. En este contexto, no extraña el informe de El Armadillo sobre la alocución del presidente Gustavo Petro en La Alpujarra, en donde atacó varias veces a El Colombiano. Cuenta la crónica que la espera al presidente fue ambientada “con arengas contra RCN y Caracol” y que en la tarima “estaban algunas cámaras de medios tradicionales, incluyendo a los fotógrafos de El Colombiano y El Tiempo, que decidieron entrar sin distintivos, tal como lo hicieron varios reporteros de esos y otros medios masivos que se mezclaron entre la gente, pero decidieron no identificarse como prensa por razones de seguridad”.

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Me parece feo el verbo “normalizar” pero lo voy a usar: se está normalizando que los periodistas oculten su identidad, como si su trabajo, su oficio o la empresa en la que laboran fueran motivo de vergüenza. Como si el mercado laboral ofreciera múltiples posibilidades para elegir en dónde trabajar. Que esa práctica de periodistas camuflados sea cada vez más frecuente no significa que sea normal. No es sana una sociedad en la que los periodistas sienten miedo de los vecinos que marchan o asisten a reuniones políticas.

Una cosa es tener reparos por el trabajo que realizan algunos medios (yo también tengo críticas) y otra distinta es crear o tolerar un ambiente permisivo a la agresión contra periodistas. En los medios de comunicación, como en todas las empresas, los empleados pueden pensar distinto a lo que piensan sus jefes. Eso es obvio, pero en las mentes que todo lo ven en blanco y negro se presume, de manera irresponsable, que, si alguien trabaja en RTVC, RCN, El Tiempo o Semana entonces vota de determinada manera. No funciona así.

Que los reporteros necesiten camuflarse evidencia que son muchos los ciudadanos que no necesitan estar libres de pecado para animarse a tirar la primera piedra. O, si el vecino la tira, no se animan a atajarla.

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Por Adriana Villegas Botero

Periodista, abogada y doctora en literatura. Autora de los libros ‘El oído miope’, ‘El lugar de todos los muertos’ y ‘Sakas’. Profesora en la Universidad de Manizales. Ha recibido tres veces el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar.
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