El presidente nos invitó la noche del martes a su última cena en vivo y en directo. Vimos por televisión una enorme mesa larga con Gustavo Petro en el centro como víctima sacrificial. A su lado sus discípulos, acusados de traición antes de que cantara el gallo. “Tienen agendas paralelas”, dijo.
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¿De qué hablan los apóstoles del Gobierno en un consejo de ministros? En miles de pantallas evidenciamos que faltan estadistas: lo que hay es una Colombia demasiado humana, llena de inquinas, resentimientos, traiciones, secretos, machismo y miedos. Un infierno laboral.
Eran aún menos estadistas Iván Duque y sus ministros, o Álvaro Uribe y los suyos. Impensable televisar los diálogos de Uribe con Andrés Felipe Arias sobre Agro Ingreso Seguro, o con Sabas Pretelt y Diego Palacios tramando la Yidispolítica. Pero padecer décadas de una derecha violenta, con ministros delincuentes y expresidente imputado, no excusa a este gabinete. La promesa era un cambio para vivir sabroso y eso sólo lo han logrado Armando Benedetti y Laura Sarabia. Los demás seguimos amenazados por convivencia, por las disidencias de las FARC, el ELN y el Clan del Golfo; por los aranceles y las deportaciones de Donald Trump; por el “chu, chu, chu” de la salud, la factura del gas y la derecha que regresará en 2026, gracias a la invaluable ayuda de este Gobierno.
El presidente lo puso en cifras: “De los 195 compromisos pactados se han incumplido 146″.
Dice: “Se han incumplido”; no dice: “Hemos incumplido”. El mesías se relame en su rol de crucificado. “Ustedes tienen un presidente revolucionario, pero el Gobierno no lo es”. “Al presidente no se le hace caso en este Gobierno”, dijo en su diatriba de tres horas y 54 minutos, de las cinco horas y 52 minutos que duró el consejo, según La Silla Vacía. Petro no quiere gobernar sino para pasar a la historia y expandir por todas las estrellas del universo el virus de su ego inmarcesible. Su proyecto es personal. Gustavo Bolívar, director de Prosperidad Social le responde: “Yo a usted lo amo, presidente”.
Varios lo interpelan, pero Petro es infalible. Pontifica que el pecado está en los feminismos, los sectarios y los que comen sancocho sin achiote ni ají.
Al su lado vemos a Benedetti, nuevo jefe de gabinete, quien ahora ocupa la silla de la izquierda, aunque antes se haya movido por todo el arcoíris electoral; idéntico a Mauricio Lizcano, el exministro recién ido. Petro presenta a Benedetti como el Saulo de Tarso a redimir: “El ser humano necesita una segunda oportunidad”, dice, y añade que se le parece a Jaime Bateman, sin reparar que se trata de un politiquero mañoso y maltratador, acusado de violencia intrafamiliar, corrupción en Fonade y nexos con el contrabandista Papá Pitufo, entre otros delitos. Su talante quedó grabado cuando chantajeó a Laura Sarabia con revelar datos sobre la financiación de la campaña presidencial: “Nos hundimos todos, nos vamos presos”, dijo en 2023.
Ya es 2025 y siguen libres y callados. Benedetti no es Saulo sino Judas, y ocupa el lugar del discípulo amado en una imagen que riñe con la versión bíblica. Nuestro mesías cumple su sueño de reescribir la historia, aunque eso conlleve una (otra) traición al ideario progresista.