Como oigo pódcast a diario, busqué uno de El Espectador que vi recomendado en el periódico y, cuando terminé de oírlo, ocurrió algo inesperado: se reprodujo automáticamente otro audio que almacenaron en Spotify a manera de repositorio. Era el discurso de Gustavo Petro del 19 de junio de 2022, cuando ganó la segunda vuelta presidencial.
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Fue triste oírlo tres años después. Equivale a ver el video enamorado de una boda que terminó en divorcio luego de unos cachos. Pero precisamente por eso, por este presente en el que ya sabemos que la letra menuda incluyó a Armando Benedetti, Laura Sarabia, el clan Torres, escándalos en Ecopetrol, RTVC, carrotanques de la Guajira, tulas de plata para el Congreso, la bandera del M-19, y una Paz Total que no atajó la matazón de líderes sociales y que llevó a Francia Márquez a reconocer que sus vecinos del Cauca le reclaman que estaban mejor antes de que llegara este Gobierno; es precisamente por eso, digo, que resulta interesante oír al Petro de 2022, tan lejano al de hoy.
En la noche de su triunfo, algo afónico, Petro aseguró: “No vamos a traicionar a ese electorado que le ha gritado al país, a la historia, que a partir de hoy Colombia cambia. Colombia es otra: un cambio real que nos conduce a la política del amor. No es un cambio para vengarnos, para construir más odios, para profundizar el sectarismo en la sociedad colombiana. El cambio consiste en dejar el odio atrás, los sectarismos atrás. Las elecciones más o menos mostraron dos colombias cercanas en términos de votos. Nosotros queremos que Colombia, en medio de su diversidad, sea una Colombia. Y para eso necesitamos del amor, de la política del amor como una política del entendimiento, del diálogo, de comprendernos los unos a los otros”.
Luego dijo: “¿Qué significa poder hacer la paz? Significa que los 10 millones y pico de electores de Rodolfo Hernández son bienvenidos en este Gobierno, que no vamos a utilizar el poder para destruir al oponente, que nos perdonamos; que la oposición, bajo los liderazgos que quieran, será siempre bienvenida en el Palacio de Nariño para dialogar sobre los problemas de Colombia, porque el clima político de odios, de persecuciones y aislamientos, no puede seguir así”.
Oí a ese Petro amoroso y recordé que, durante la campaña, enviaba por Facebook mensajes que decían “Te quiero mucho”. Hace muchos meses que ese amor publicitario se esfumó. Ahora posa con la espada de Bolívar o símbolos que reivindican la lucha armada, y sus trinos utilizan un lenguaje sectario, que estigmatiza y genera odio. El amor cedió ante el culto a su personalidad. Ese Palacio de Nariño abierto al diálogo no existe ni siquiera para sus ministros, quienes al dejar sus cargos reconocen que por cuestiones de agenda (¿privada?) apenas hablaron un par de veces con el presidente.
Hace tres años ganó una ilusión real de cambio que el presidente traicionó. En un año habrá una nueva elección en la que se enfrentarán otra vez esas dos colombias: la derecha excluyente, clasista y retardataria, que se relame con esta oportunidad desperdiciada por Petro, y la izquierda que sabe que sin políticos tradicionales no tiene votos suficientes para mantenerse en el poder.