En las próximas semanas se irán asentando los cierres de tres procesos de naturaleza local, todos ellos provistos de unos voltajes que no han hecho sino crecer.
El primero es el proceso político que llevará al referendo de Septiembre 18 sobre la independencia de Escocia. El segundo, el proceso que llevaría a un eventual referendo, definido para el 9 de Noviembre que indagaría sobre la naturaleza jurídica y la independencia de Cataluña. El tercero, la tensión que se acumula alrededor de la escogencia del siguiente ejecutivo en jefe de Hong Kong.
En Escocia las cosas pintan complicadas para quienes abogan por defender la unión que se consagró hace tres siglos. Los independistas, dicen las encuestas, han ido ganando terreno de manera sostenida, sobre todo en este último mes, y todo apunta a un final aun mas estrecho. En Cataluña el chocolate es mas espeso ya que ni siquiera hay certeza sobre si el referendo se va a llevar a cabo o no, dado el rifi-rafe con Madrid por aquello de su presunta ilegalidad y por el amplio predominio de los abogados como especie protagónica y de la jerigonza jurídica como lenguaje. Las encuestas que presenta el Gobierno local muestran un apoyo superior al 55% entre los 7,5 millones de catalanes, sugiriendo que si la votación se llevara a cabo, ganaría cómodamente el independentismo. En Hong Kong el lío no se centra en referendos ni en incisos, sino en las reglas del juego asociadas con las elecciones de ejecutivo en jefe, la máxima autoridad local, programadas para 2017. Concretamente, la tensión se deriva del mensaje reciente enviado desde Beijing, diciendo que quienes van a participar en dicha contienda deberán tener el aval de un comité nominador que, para efectos prácticos, controla.
Con todas sus enormes diferencias, lo cierto es que interpretar estos procesos nacionalistas y locales como paradojas dentro de un mundo crecientemente globalizado y uniforme, es muy discutible. Hay una lectura alternativa que plantearía todo lo contrario. Los países individuales y los mercados que los conforman tienden a ser muy grandes si la integración con otros mercados es conflictiva, difícil y costosa y su tamaño óptimo tiende a disminuir a medida que se relajan estas y otras barreras. Las ventajas que representaba el mercado Inglés para los escoceses, por ejemplo, eran mucho mas importantes hace 100 años de lo que son hoy que el mundo está, casi literalmente, a la vuelta de la esquina. De otra parte, los costos que –por ejemplo en materia impositiva-- representa para una región como Cataluña el hecho de pertenecer a España no han bajado. Con beneficios relativos en declive y costos mas o menos constantes, lo cierto es que la globalización es una parte importante de la dinámica observada y que estas búsquedas nacionalistas lejos de ser paradójicas, bien podrían ser los primeros toques de una campana cuyo sonido será parte inegral de un futuro en el que el tamaño de facto es tan grande que el tamaño de jure importa poco.
Cosa distinta parece estar gestándose en Hong Kong, sede del mas espectacular milagro económico de todos los amparados por la globalización. Su éxito sin paralelo fue un ejemplo indiscutible para la toma de decisiones que explican el despegue de la China, pues en menos de 30 años sus ciudadanos pasaron de una pobreza estilo Buenaventura a una prosperidad y una calidad de vida que es la envidia de cualquier país avanzado. Hoy lo cierto es que China, buscando controlar, y Hong Kong, buscando ahondar sus libertades, parecen ilustrar como pareja y desde su tensión inocultable, una hipótesis inmensamente interesante: la prosperidad creciente puede aplacar la impaciencia de ciudadanos que anhelan libertad individual. Pero, como todo en la vida, la efectividad de ese freno de mano tiene sus límites prácticos. El lugar exacto que tienen esos límites en el caso de Hong Kong, las preferencias exactas que serán reveladas por la acción ciudadana en las calles y en las páginas, es, justamente, lo que iremos descubriendo en estos días fascinantes.
@CarrasqAl
En las próximas semanas se irán asentando los cierres de tres procesos de naturaleza local, todos ellos provistos de unos voltajes que no han hecho sino crecer.
El primero es el proceso político que llevará al referendo de Septiembre 18 sobre la independencia de Escocia. El segundo, el proceso que llevaría a un eventual referendo, definido para el 9 de Noviembre que indagaría sobre la naturaleza jurídica y la independencia de Cataluña. El tercero, la tensión que se acumula alrededor de la escogencia del siguiente ejecutivo en jefe de Hong Kong.
En Escocia las cosas pintan complicadas para quienes abogan por defender la unión que se consagró hace tres siglos. Los independistas, dicen las encuestas, han ido ganando terreno de manera sostenida, sobre todo en este último mes, y todo apunta a un final aun mas estrecho. En Cataluña el chocolate es mas espeso ya que ni siquiera hay certeza sobre si el referendo se va a llevar a cabo o no, dado el rifi-rafe con Madrid por aquello de su presunta ilegalidad y por el amplio predominio de los abogados como especie protagónica y de la jerigonza jurídica como lenguaje. Las encuestas que presenta el Gobierno local muestran un apoyo superior al 55% entre los 7,5 millones de catalanes, sugiriendo que si la votación se llevara a cabo, ganaría cómodamente el independentismo. En Hong Kong el lío no se centra en referendos ni en incisos, sino en las reglas del juego asociadas con las elecciones de ejecutivo en jefe, la máxima autoridad local, programadas para 2017. Concretamente, la tensión se deriva del mensaje reciente enviado desde Beijing, diciendo que quienes van a participar en dicha contienda deberán tener el aval de un comité nominador que, para efectos prácticos, controla.
Con todas sus enormes diferencias, lo cierto es que interpretar estos procesos nacionalistas y locales como paradojas dentro de un mundo crecientemente globalizado y uniforme, es muy discutible. Hay una lectura alternativa que plantearía todo lo contrario. Los países individuales y los mercados que los conforman tienden a ser muy grandes si la integración con otros mercados es conflictiva, difícil y costosa y su tamaño óptimo tiende a disminuir a medida que se relajan estas y otras barreras. Las ventajas que representaba el mercado Inglés para los escoceses, por ejemplo, eran mucho mas importantes hace 100 años de lo que son hoy que el mundo está, casi literalmente, a la vuelta de la esquina. De otra parte, los costos que –por ejemplo en materia impositiva-- representa para una región como Cataluña el hecho de pertenecer a España no han bajado. Con beneficios relativos en declive y costos mas o menos constantes, lo cierto es que la globalización es una parte importante de la dinámica observada y que estas búsquedas nacionalistas lejos de ser paradójicas, bien podrían ser los primeros toques de una campana cuyo sonido será parte inegral de un futuro en el que el tamaño de facto es tan grande que el tamaño de jure importa poco.
Cosa distinta parece estar gestándose en Hong Kong, sede del mas espectacular milagro económico de todos los amparados por la globalización. Su éxito sin paralelo fue un ejemplo indiscutible para la toma de decisiones que explican el despegue de la China, pues en menos de 30 años sus ciudadanos pasaron de una pobreza estilo Buenaventura a una prosperidad y una calidad de vida que es la envidia de cualquier país avanzado. Hoy lo cierto es que China, buscando controlar, y Hong Kong, buscando ahondar sus libertades, parecen ilustrar como pareja y desde su tensión inocultable, una hipótesis inmensamente interesante: la prosperidad creciente puede aplacar la impaciencia de ciudadanos que anhelan libertad individual. Pero, como todo en la vida, la efectividad de ese freno de mano tiene sus límites prácticos. El lugar exacto que tienen esos límites en el caso de Hong Kong, las preferencias exactas que serán reveladas por la acción ciudadana en las calles y en las páginas, es, justamente, lo que iremos descubriendo en estos días fascinantes.
@CarrasqAl