De Hernán Darío Correa siempre me refiero como mi maestro, no como catedrático de aula sino por lo ejemplar que ha sido para mi su quehacer humanista, su oficio intelectual, ya como conferencista esclarecedor o polémico, ya por el goce y los asombros que me han brindado las lecturas de sus crónicas, de sus ensayos, y más indispensable lo que le aprendo como historiador cada vez que rescata del olvido oficial a personajes y acontecimientos marginados o vedados pero fundamentales en la memoria y para el devenir cultural.
No haré aquí una semblanzas de Hernán Darío ni hay espacio para referir los méritos de su obra, baste con reconocer que como escritor, sociólogo, ambientalista, pacifista, defensor de derechos humanos y guía de políticas y propuestas a favor de comunidades indígenas y campesinas, sus escritos de pertinente criterio son de estudio indispensable en las ciencias humanas. Más, lo que aquí expresaré es mi admiración por su particular oficio de lector. Justamente titulé esta columna " El lectósofo” mote inventado en dialecto ladino del Caribe con el que en tertuliaderos de Cartagena apodaron al escritor Germán Espinoza porque, según dicen, con prolija elocuencia, hablaba más de lo que había leído que de lo que había vivido.
De hecho Hernán Darío Correa no se atiene a los autores famosos, ni a los títulos de moda en el mercado editorial; cada rato nos sorprende con reseñas de incunables, de versiones apócrifas, de manuscritos anónimos y de rarezas que descubre en bibliotecas arcanas.
Casualmente llegó a mis manos le reseña que hace de un libro publicado por la editorial independiente Babel editores y que presento a continuación porque en ella refleja gozoso sus saberes de lector.
VOLVER A LA CANDELARIA BAJO LOS ECOS MISTERIOSOS DEL POEMA ILUSTRADO
Helena Iriarte-Iván Rickermann. Y fue entonces. Bogotá, Babel, mayo de 2021 (Novela literaria y gráfica).
Por Hernán Darío Correa
Quienes crecimos en Bogotá y transitamos por el barrio de La Candelaria, sabemos que desde los recodos más profundos de sus callejuelas, y desde los rincones más íntimos de sus casonas, asoman presencias, aromas, densidades de luz y de humedad que rutilan bajo la luz de la luna que corona los Cerros Orientales, o que emanan desde la penumbra de las oquedades apenas esbozadas por la media luz de sus farolas, cuando las nubes se cierran y descienden hasta sus adoquines. A comienzos de los años 70s tuve la fortuna de asistir a veces noche tras noche a las puestas en escena de obras como Las Monjas o Divinas Palabras, de la por entonces llamada Casa de la Cultura -años después Teatro de La Candelaria-, y siempre me sobrecogía, a la entrada y a la salida, el tránsito hasta o desde su sala ubicada en lo profundo de la casa colonial que aún es su sede, pasando por la cocina, el patio y los cuartos laterales, que imponían un ambiente en el cual la historia representada se prolongaba a través precisamente de ese ambiente entre onírico y real de vetustos tiempos urbano y doméstico confundidos y detenidos entre el frío y la penumbra de sus corredores…
Cuando María Osorio y Silvia Castrillón me obsequiaron este libro de Helena Iriarte, escritora, e Iván Rickermann, dibujante, nunca imaginé que la densidad de sus relatos -Helena con una prosa poética que se desliza por las calles a la manera de la “Historia de la noche” o de “Fervor de Buenos Aires”,
de Jorge Luis Borges, a quien evoca de forma discreta o cita para descifrarse y descifrarnos; e Iván con sus dibujos al carboncillo-; que ambos, haciendo honor al nombre de la colección de Babel en que se inscribe este libro (“frontera ilustrada”), cruzaran las fronteras de sus artes y se entrelazaran tan dulce y misteriosamente en un deslizarse de la memoria por un doble juego narrativo, yendo y viniendo por los lugares y los tiempos de la vejez o de la infancia, por el presente o por la antigüedad de los abuelos, por la vigilia y el sueño, o por los recuerdos personales y las presencias urbanas, con una intensidad que lleva a la narradora a configurar sus recuerdos como una representación teatral que abre y cierra sus puestas en escena con el abrirse de cada capítulo y cada página, donde se registran al unísono los antiguos y nuevos pasos de la escritora, del dibujante, de las editoras y del lector, por los corredores, las cocinas, los patios y las calles de aquel barrio, y las más entrañables presencias…
Como una magia, este libro anuda esas memorias bajo un título que se abre como un telón: “Y fue entonces”, dejando abierta la significación de la vida vivida, de la vida recorrida en la escritura, reinventada en el dibujo o en la tarea editorial, recreadas finalmente en la lectura como un asombroso regreso a esos parajes que al final ya no se sabe qué ecos nos devuelven…
Y ahora, ya bien entrados mis años después de aquellas aventuras inciertas de las divinas palabras, terminando el libro, leo en las de ahora: “El teatro va quedando vacío y la gente que asistió a la representación se ha ido: las luces se apagan, baja el telón y yo aquí, en medio de una hilera vacía de silla vacías, me siento muy sola y como no sé adónde ir, ni dónde está la salida, me acerco al escenario para llamar a los personajes de la obra que acabamos de ver y decirles que vengan conmigo a la casa; allá podrán hablar con tranquilidad porque nadie, salvo yo, los estará oyendo; puedo prender la chimenea porque está haciendo frío, leerles algo de lo que estoy escribiendo y que me digan lo que piensan… lo que sabíamos todos o lo que yo recuerdo y ahora escribo a mi manera. Entonces podremos pasar estas horas que aún quedan de la noche, ya sea en silencio, o bien hablando de cosas absurdas y evocando tranquilamente lo que pasó hace mucho tiempo… Me arrodillo a prender la chimenea y espero que las llamas comiencen a chisporrotear contra los troncos: el rostro de papá parece bronce por la luz que da el fuego y como entonces, se sienta en la poltrona de siempre, al lado de la lámpara que aún está encendida, y sus ojos
“Ya escapan de su ayer a su mañana
Ya miran en el tiempo, ¡padre mío!,
Piadosamente mi cabeza cana.
“Repito en voz baja el poema, y me siento a su lado…”