Ante la inusitada y aún inexplicable aparición del coronavirus en un mercado de Wuhan y por la consecuente declaración de pandemia mundial por parte de la OMS, cundieron pesquisas de toda índole: inquisitivas, explicativas, supersticiosas, manifiestas tanto desde imaginarios populares como desde instancias de opinión científica y de muchos gobiernos. Se dice: que es un virus creado como estrategia geopolítica de los chinos, que es un complot del poder financiero en retaliación por la crisis del 2008, que la pandemia la impuso la OMS para posicionarse como poder incidente en los gobiernos del planeta y hubo mandatarios que ordenaron desobedecer las medidas de bioseguridad. Las interpretaciones suspicaces sobre acuerdos internacionales y sobre decretos de gran incidencia social son cada vez más frecuentes, tendenciosas algunas, fundamentadas otras, pero todas, según el premio Nobel de Economía Robert Shiller, proceden de una desconfianza generalizada a todo organismo mediador o instancia de control, tanto a nivel internacional como regional, y, denomina a la fenomenal desconfianza “Narrativas” acusando el riesgo de que el pesimismo fenomenal desemboque en el apego a liderazgos indebidos cuyos argumentos pueden ser supercherías mal intencionadas. El término “narrativas” ha hecho carrera sobre todo para descalificar todo argumento opositor, pero los pueblos tienen el adagio ‘cuando el río suena piedras trae” y siempre es más seguro la duda. Por eso yo prefiero la palabra “rumor” del modo en que la usa García Márquez en la película “Presagio”, dónde las conjeturas de boca en boca incrementan la prevención y el pesimismo, lo que culturalmente obedece a la mentalidad apocalíptica infundida en occidente desde la Biblia como atavismo judeo-cristiano, y se cree que la contra para impedir un devenir fatal es otro atavismo judeo-cristiano igual de fatídico, “el mesianismo”, la ilusión esperanzada de un salvador, un mesías que, a tiempo, llegará para redimirnos y librarnos de todo mal.
En efecto, estudios sobre comportamiento de masas demuestran que ante contingencias sociales adversas la gente confía más en individuos con liderazgo que en entidades, exceptuando, claro está, el caso de las iglesias
que participan en política, como los evangélicos actuales, porque funcionan como instituciones empresariales que desde los púlpitos abonan el temor apocalíptico y a la vez proponen al mesías respectivo.
En un sistema democrático típico, a la hora de elegir gobernantes la mayoría de electores se guía por el carisma, por la personalidad del líder y por las promesas de salvación, más que por el programa de gobierno que proponga el candidato y esto lo saben y lo usan perfectamente los que están en el juego de mantenerse en el poder.
El voto impulsado por sentires mesiánicos termina por lesionar el principio rector de los elegidos en democracia, cual es el ser representantes de los intereses de sus electores y en cambio al saberse salvadores, se guían por una mezcla de dignidad y autoridad lo que tarde o temprano desemboca en la autocracia.
El mesianismo nos llega de la mano del monoteísmo, así que, por inercia, es latente tanto en los prosélitos como en el elegido, digamos que líderes históricos como Gandhi y Luther King se asumieron como designados para salvar a sus pueblos. Esos son los escasos de buena leche, pero son más ( de la derecha y de la izquierda) los que instruidos en ardides pro el dominio de las conciencias, estos si se valen del atavismo para hacerse elegir, al colmo que hasta se inventan el miedo o causan los males para después demostrarse como los salvadores.
La mentalidad mesiánica es una vulnerabilidad social solo superable instituyendo la cultura de la participación democrática, en dónde los pueblos abandonan el culto a la personalidad y con sentido de pertenencia integran el consenso decisorio de los programas de gobierno y los planes de desarrollo.
Por parte de los líderes candidatos a gobernar, verdaderamente probos, les corresponde, plenos de magnanimidad, acoger las ideas y los logros de políticos y líderes afines, no como mera estrategia electoral si no como pacto por lo fundamental, dándoles el crédito por sus aportes y además de hacerlos vinculantes, propiciar el que se construyan en libertad como dignos sucesores a favor de un devenir de las naciones que sea beneficioso para toda la sociedad.
Para la actualidad política colombiana, me imagino cuan ejemplar sería el que el preclaro Gustavo Petro, siendo el candidato puntero en las encuestas, valorara y aprendiera de los saberes bruñidos por políticos alternativos, como Carlos Caicedo quien ha sabido derrotar a las mafias politiqueras de su terruño y, no obstante el centralismo rampante, desde su práctica de gobierno enseña maneras de lograr desarrollo con autonomía regional.
Camilo Romero, ejemplo de gobernador ambientalista, capaz de enseñar cómo vincular de verdad el saber indígena en el consenso decisorio de los planes de desarrollo.
Ángela María Robledo, idónea en políticas con enfoque de género y adalid del feminismo transformador.
Daniel Quintero, representante de una nueva generación de políticos independientes, que ingenia la inversión equitativa del presupuesto y enseña a enfrentar con argumentos a la corruptela medellinense.
Apenas cuatro ejemplos de saberes y modos de liderazgos que si Petro les aprendiera, y les diera los créditos por sus aportes y les abonara la ruta para que se encausen con ventajas como nuestros futuros representantes en el Poder ejecutivo, se estaría generando conciencias renovadoras, críticas y participativas, ajenas al peligroso mesianismo.