Entonces Guillo, te vi perturbado cuando te quedaste sin WhatsApp, absorto cacharreabas tu teléfono creyendo, como muchos, que el daño era en tu aparato, descompuesto como cualquier jovenzuelo alienado por la cyberpatía entraste a la misma oficina de Claro a donde yo, como tú, también llegué a preguntar por lo qué ocurría, si, todos allí nos sorprendimos cuando los empleados, uniformados de rojo y como actuando una coreografía corporativa, nos dijeron en tono dramático: “Facebook está caído en todo el mundo”.
Todos allí reaccionamos con estupefacción, pero, déjame decirte, tu gesto de ofuscación fue patético. Acuso tu actitud, viejo Guillo, porque me parece incoherente de tu parte, pues una semana antes leí el artículo en el que denominas “Tótem portátil” al teléfono celular, con el cual, según tú, se invocan los fetiches de la religión virtualista, y, citas al gurú (filósofo) surcoreano Byung Chul Han quien, en su ensayo “las no cosa” afirma: “…El mundo digital hace la existencia intangible y fugaz, nos disuelve en la realidad de la información…”, y emulas su tono apocalíptico, lo que tú y yo sabemos es el modo amarillista con el que los intelectuales de todos los tiempos ha convertido en noticias sus conjeturas.
Sería grosero considerar el aviso fatídico que haces tú y el bestsellero Chul Han como una perogrullada, pues a la larga es pertinente advertir la manipulación inherente al poderío informático, pero, en verdad, ambos profetizan lo que ya pasó; con decirles que ya en el siglo XIX Erich Fromm en su novela “Mirando atrás” había mentado las relaciones virtuales y pre hablado de las tarjetas de crédito; también, antes del boom digital, William Gibson en su obra de ciencia ficción Neuromante acuñó el término ciberespacio y predijo el fenómeno de la internet y la realidad virtual.
Ya hemos visto como los avances tecnológicos de los medios de comunicación, en buena y mala hora, propiciaron la globalización de la civilización occidental con todo sus acervos culturales, económicos y geopolíticos, al tiempo, en manos de los imperios han sido instrumentos de control militar, de manipulación de conciencias, etc.
Vale recordarte, respetable Guillo, que gracias a la invención de la imprenta Martín Lutero tradujo a su antojo la Biblia causando el sismo que transformó el catolicismo, luego, con más saña, el nazismo alemán usó para su propaganda la radio, la telefonía, incluso el cine, entonces ahora, cuando el capitalismo impetuoso hizo del mercado la nueva fe cuya feligresía es la sociedad de consumo, por supuesto que la internet, la telefonía móvil y las redes sociales son el perfecto púlpito para oficiar su liturgia mercantilista. Con este recorderis no pretendo desvirtuar la pertinencia de las reflexiones críticas sobre lo aparente y lo real del mundanal progreso, apenas exijo como salvedad el hecho de que la humanidad, aún vulnerable a las injerencias ventajosas de los hiperpoderes, en su eterna y libertaria lucha contra la opresión y la dominación inexorable, ha desarrollado el albedrío instintivo y desde la creatividad, la lúdica desacralizadora y el hedonismo irreverente, también logramos inventarnos otras formas de relación y de apropiación de las máquinas y de las tecnologías.
Ese lunes 4 de octubre, durante las seis horas que duró desaparecido del ciberespacio el sistema informático de Facebook, el monopolio mediático con más usuarios en todo el planeta, se padeció un desasosiego global, lo que describían las noticias parecía la típica escena fatal de una novela utopista: parálisis financiera, pérdidas millonarias, gente atrapada en edificios “inteligentes”, suspendidos los eventos y actividades virtuales, la distancia volvió a ser obstáculo para la intercomunicación.
Entiendo que la causa del imprevisto accidente, justamente fue la soberbia monopólica de Facebook ya que por un corte inusitado la dirección de su red particular desapareció para el cibersistema de la internet mundial. Y si, durante ese lapso dizque Mark Zuckerberg lloro la devaluación de las acciones de su emporio, pero el mundo siguió, no hubo muertos, a lo sumo negocios frustrados y amoríos silenciados. De suerte abundaron las mofas (memes le llaman en el neolenguaje), ironías saludables y hasta sentidas manifestaciones estéticas que demuestran la manera en que la gente sabe conjurar la dependencia a la virtualidad y a la tecnología. Verbigracia te comparto viejo Guillo esta cantinga, que inspirado en la caída de la plataforma, escribió el poeta Manolo Pardo a los chulitos del WhatsApp que se ponen azules cuando el mensaje es leído:
CIBERPALOMA AZUL
Ayer se me extraviaron
mis dos palomas,
azules e instantáneas ,
entre las olas
del lugar sin espacio,
en aquella nube
Sin olor ni sabores,
Como un querube.
Su corazón metálico
Perdió su ritmo
entre el uno y la nada
del algoritmo?
Estallaron sus alas
de tanto vuelo
y su sangre de neón
pixeló el cielo?
Un vértigo virtual
las derribó?
Un virus de cristal
las malhirió?
Palomitas azules
tomad aliento,
mil ráfagas de bytes
serán tu viento.
Volver a mi ventana
iridiscente
donde todo pasado
se hace presente.
Azulad mi pantalla,
Ciberpalomas,
(Que la tristeza calla
si ellas se asoman).
Pues sé que mi mensaje
lo vio mi niñe,
Y ahora mi alegría
de azul se tiñe.
Palomas mensajeras
de mi what’s
App,
digitales quimeras
a dónde irán?
La caída de las plataformas de Facebook demostró que ya las redes sociales y la virtualidad están integradas a la existencia, que tanto los datos de ámbitos como de las personas están digitalizados y registrados y vigilados por el ojo ubicuo del ciberpoder al servicio del mercado, de los gobiernos, de los centros de inteligencia sea militares, sea estatales, sea particulares como las bodegas de espías y/o hakeres al servicio de bancos, empresas y partidos políticos. El estar a expensas de tanta vigilancia, tal vez sea otra neo plaga apocalíptica, no será la única ni la última, pero siempre florece el espíritu de los libertarios, la rebeldía irreductible de los estoicos, que a gritos y cojonazos terminamos domesticando y favoreciéndonos de lo que inventemos y propongamos al ton de la artificialidad connatural a nuestra especie.