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Colombia y la política invisible de la respiración

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Aldo Civico
09 de diciembre de 2025 - 05:05 a. m.
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Hace diez días, más de nueve mil personas en Medellín inhalaron y exhalaron al unísono. El evento contaba con un nombre (MED), logística, un escenario y artistas invitados, pero eso es lo menos relevante. Lo realmente fascinante —y profundamente político en el sentido más amplio— es el acto de una multitud que sincroniza conscientemente su respiración. Un gesto sencillo, pero biológicamente transformador. Respirar es lo más elemental para nuestra supervivencia, pero hacerlo de forma consciente implica una intervención directa en el sistema nervioso. Al regular su respiración, una persona disminuye la activación del sistema simpático —responsable de la alerta, el estrés y la defensa— y activa el sistema parasimpático, que promueve la calma, la digestión y la recuperación. Esto no es una creencia espiritual; es pura fisiología.

Ahora bien, ¿qué sucede cuando no es una sola persona, sino miles las que, simultáneamente, alcanzan ese estado? Estamos comenzando a comprender que el sistema nervioso no es un sistema cerrado e individual, sino que es profundamente relacional. Se regula en contacto con otros. Este fenómeno se denomina corregulación en neurociencia. Una multitud que respira al unísono crea un campo de corregulación masivo. El cuerpo, al darse cuenta de que no está solo en su calma, se sumerge en ella. El miedo se reduce. La ansiedad disminuye. El ritmo cardíaco se estabiliza. El cerebro baja su hiperalerta. En términos simples: por un instante, el cuerpo deja de creer que está en peligro.

Esto es verdaderamente contracultural. Habitamos un país adiestrado para vivir en tensión constante: alerta, desconfianza, rapidez, amenaza. Esta activación perpetua pudo haber sido una herramienta de supervivencia durante décadas, pero hoy también es una de las principales fuentes de enfermedades emocionales, violencia cotidiana y desgaste social. Respirar juntos, en este contexto, es un acto profundamente subversivo porque suspende, aunque sea por unos minutos, la lógica biológica del conflicto. El cerebro no puede mantener una respiración lenta y una respuesta de ataque simultáneamente. Una desplaza a la otra.

Lo que sucedió en Medellín fue relevante porque recordó al cuerpo colectivo algo que había olvidado: que puede habitar un estado diferente. Esto tiene enormes implicaciones. Desde la violencia doméstica hasta la polarización política, desde la intolerancia en redes hasta el agotamiento laboral, muchos de nuestros conflictos no ocurren solo en el ámbito de las ideas, sino en el de los sistemas nerviosos. Son cuerpos desregulados reaccionando ante otros cuerpos desregulados. No se resuelve esto con discursos, sino que se transforma a través de experiencias. Una masa que respira conscientemente se reorganiza. Su química se altera. Su capacidad de escucha se transforma. Y eso es una semilla poderosa. El evento MED fue simplemente un pretexto. Lo que realmente importa es la pregunta que queda en el aire: ¿qué sucedería si aprendemos a regularnos juntos, en lugar de solo sobrevivir juntos?

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