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La tasa actual de suicidios en Colombia es abrumadora, de 6 por cada 100.000 habitantes, una estadística que ha ido creciendo desde la pandemia, como si no hubiéramos logrado superar aún el trauma de lo que nos tocó. Esta tasa tan elevada solo es la punta del iceberg de un fenómeno más generalizado de malestar existencial que se ha convertido en una pandemia más insidiosa que la del COVID. Quizás en la base de este iceberg hay un cuestionamiento existencial que manifiesta una crisis del significado de la vida.
¿Pero qué posibilidad se nos abre si en lugar de ver la crisis de salud mental como un problema por solucionar la consideramos, en cambio, una invitación a trascender sus causas primarias y así actualizar el significado que le damos a la vida?
Para empezar a responder esta pregunta, volví a leer las memorias de Viktor Frankl, El hombre en busca de sentido, que recogen su experiencia en los campos de concentración y las reflexiones sobre la capacidad que tenemos de dar un significado positivo a la vida, hasta en sus circunstancias más absurdas. Escribe el autor que mientras descendía cada vez más en el infierno del campo de concentración, se dio cuenta de que tenía que desprenderse de su vida pasada, tenía que divorciarse de ella. Frankl decidió aceptar esa nueva absurda realidad. De repente se dio cuenta de que podía prescindir de los hábitos y las cosas que alguna vez pensó que eran esenciales. Recordó las palabras de Dostoievski: “Un hombre puede acostumbrarse a cualquier cosa”.
A medida que la realidad externa se volvía cada vez más aterradora, Viktor Frankl observó que aquellos que pudieron sobrevivir al Holocausto recurrían a su vida interior, a su espiritualidad. “Pudieron retirarse de su terrible entorno a una vida de riqueza interior y libertad espiritual”, dice. Este cambio de enfoque, de lo externo hacia lo interior, les ayudó a apreciar los eventos cotidianos simples, como un amanecer, momentos de descanso y la belleza natural. Esos eran instantes de atención plena. Escribe Frankl: “En mi mente, tomaba paseos en autobús, abría la puerta principal de mi apartamento, contestaba mi teléfono, encendía las luces eléctricas. Nuestros pensamientos a menudo se centraban en esos detalles, y esos recuerdos podían hacer que uno llorara”.
Cuanto más nos enfocamos en las circunstancias externas, más estamos a merced de ellas. Renunciamos a nuestro poder personal y, como resultado, nos convertimos en presa del miedo y la ansiedad. En cambio, cuando nos concentramos en nuestra vida interior, podemos enfocarnos en el momento presente. Quizás es esta mirada hacia adentro lo que hemos perdido y lo que causa tanto malestar, incertidumbre, ansiedad, miedos. Volver la mirada hacia adentro nos facilita la exploración y conexión con nuestro yo auténtico, nos ayuda a regenerar una visión para nuestra vida. Así generaríamos significados que le den plenitud a nuestra vida.
