Dua Lipa

Aldo Civico
27 de septiembre de 2022 - 05:30 a. m.

Imponente, elegante, al mando, así apareció Dua Lipa en el escenario del parque Salitre Mágico, en la etapa bogotana de su gira mundial. Flanqueada por bailarines, vistiendo un traje azul marino ceñido al cuerpo, una sonrisa cautivadora, ofreció un espectáculo perfecto, creado y ejecutado con precisión milimétrica. La música pop con toques de disco y house, las luces, los efectos láser y los videos surrealistas con colores sobresaturados hicieron el resto, transformando un poco elegante parqueadero en un club moderno. Un momento de evasión extraordinario. Con razón los fanáticos de Dua Lipa la llaman “la diosa”.

De hecho, hay algo que se parece a los rituales religiosos en estos conciertos masivos, donde miles de personas (en el caso de Dua Lipa, casi 30.000) brincan, cantan y bailan juntas. A mi lado, en el concierto, estaba Laura, una profesional de 34 años, quien fue con su novio. “Estar en un concierto para mí es como nadar en el mar abierto”, me dice. “Me olvido de todo. El trabajo, las peleas, las dificultades de todos los días de repente se quedan muy lejos. Es el momento cuando solo la música existe y tiene valor”. El novio la mira, la abraza y le da un beso en la mejilla.

En un contexto ansioso y de incertidumbre, conciertos como el de Dua Lipa ofrecen la posibilidad de vivir un estado irracional que permite evadir las deficiencias de lo cotidiano y compensarlas emocionalmente. Es la posibilidad de tener una experiencia pseudomística dentro de una existencia congelada por un excesivo racionalismo funcional. Si en el pasado fue el rock and roll el gran mediador de esta experiencia, hoy son los eventos de pop y techno los que perpetúan esta tradición. De acuerdo con un sociólogo, los conciertos masivos facilitan “una vida de redención terrenal al borde del paraíso”. Dua Lipa ha demostrado ser maestra (o, mejor, una sacerdotisa) para facilitar una experiencia pseudorreligiosa que permite experimentar estados alterados de consciencia, es decir, de trance. Su música abraza y penetra lo cotidiano de su audiencia y, durante una hora y media, lo suspende y lo trasciende. “Todavía estoy asimilando la experiencia”, me dice Daniel, un microinfluencer a quien ofrecí un paseo en mi carro el día después del concierto, mientras su mirada se pierde más allá del parabrisas. Fuera de ser un momento de diversión, quizás sea este el significado más relevante de dejarse cautivar por la música, los ritmos y los colores de un concierto; crear la memoria de que es posible trascender lo cotidiano, que estamos llamados a elevarnos.

P. S. El lugar y la logística del concierto de Dua Lipa han sido blanco de críticas feroces. Sin duda, mucho queda por hacer para asegurar una experiencia óptima a los asistentes. Pero lo más relevante es que Colombia hoy está en el mapa de las giras mundiales de los más grandes artistas internacionales. Es un éxito significativo logrado gracias a promotoras como Ocesa. Es el comienzo de una nueva era en la cual necesariamente seguirá la actualización de infraestructuras y proveedores.

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