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Confesión: a lo largo de mi vida me ha costado mucho esfuerzo tener una relación sana y equilibrada con la alimentación. Me gusta comer. Siempre he privilegiado el placer sobre la salud. Con el pasar de los años, el costo de esta relación casual con la alimentación empezó a evidenciarse. Con el aumento de la edad bajó la eficiencia de mi metabolismo. Subieron los kilos, los valores del azúcar, la presión. Nunca llegué a desarrollar una enfermedad crónica, pero la tendencia estaba clara. Hace un par de años mi médico me indicó que estaba en un estado prediabético.
Pero, a pesar de las advertencias, seguía con mis malos hábitos: disfrutar de restaurantes y de los alimentos que, como italiano, más disfruto: la pizza, las carnes y quesos curados, y la pasta. Todo rigurosamente en porciones generosas. A eso se suma el escaso movimiento, los viajes intercontinentales frecuentes con la consiguiente disrupción del sueño. No estaba en una buena trayectoria. El riesgo era unirme a las estadísticas, siempre en aumento, de pacientes que desarrollan diabetes, enfermedades cardíacas, cáncer o Alzheimer. Esto no me pasaba por ignorancia. Por el contrario, he estudiado temas de bienestar, practicaba ayuno intermitente y otros hábitos saludables, pero solo de vez en cuando, sin consistencia ni disciplina.
Hasta que, gracias a una gran amiga, Wilnur Rudberg, quien es coach de bienestar, fui introducido a la epigenética. Este sistema activa o desactiva ciertos genes sin cambiar el ADN en sí, influenciado por factores externos como el ambiente, el estilo de vida y la calidad de nuestros pensamientos. De manera indolora, Wilnur me extrajo cuatro cabellos y los puso en un dispositivo circular para escanear sus raíces (los folículos pilosos). En veinte minutos, tuve en mis manos un informe detallado sobre la salud de mis células y los desequilibrios que padecían. Tenía, en particular, el sistema inmune, el microbioma y el sistema adrenal inflamados, junto a carencias en vitaminas y aminoácidos.
El informe, además, me indicó con precisión qué nutrientes debía dejar de consumir y cuáles debía incorporar para lograr la homeostasis de las células. Me puse en manos de Wilnur y rápidamente empecé a ver los resultados. En menos de un mes, perdí siete kilos. Me siento como no me había sentido en años. Mis células me están agradeciendo el cariño regalándome un incremento importante de energía vital. Hoy soy consciente de que mi bienestar refleja la salud de mis células, y considero mi alimentación como la manera de nutrir su salud y energía, ya no una diversión o una manera de manejar el estrés y el cansancio; un reencuadre radical. Entiendo como nunca antes lo que se dice: somos lo que comemos. Con la epigenética, tenemos el control sobre nuestra salud, aumentando nuestra energía vital y previniendo las enfermedades crónicas que nos aquejan. Si la enfermedad es el resultado de desequilibrios graves, nuestra salud y plenitud son el producto de los estados más altos de un bienestar integral.
