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Giorgio Armani, el león discreto de la moda

Aldo Civico

09 de septiembre de 2025 - 12:05 a. m.
“Para Giorgio Armani, la misión primordial de la ropa siempre era la misma: dignidad y autenticidad”: Aldo Civico.
Foto: EFE - MOURAD BALTI TOUATI

Anna Wintour confesó que le costó años llamarlo simplemente “Giorgio”. No era alguien a quien se pudiera tratar con ligereza; primero había que mostrar reverencia. Lo recordó como una persona reservada y exigente, pero capaz de una sorprendente calidez al ganar su confianza. “Quien lucía sus diseños en una alfombra roja emanaba elegancia, modernidad y fuerza”, escribió, añadiendo que “él comprendía tanto de actitud como de poder”. El último encuentro en Milán no se realizó debido a la enfermedad, así que Wintour se despidió con palabras: “La moda cambió para siempre gracias a él y le debemos mucho”.

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Ver su ascenso era como ser testigo de una revolución silenciosa. Armani, originario de Piacenza y formado en los años difíciles de la guerra, aprendió desde niño que las cosas podían estallar en cualquier momento —literalmente—. Quizás por eso su mirada siempre mantenía una seriedad que no era opresiva, sino que daba forma a una disciplina inquebrantable. En su hogar en Milán cultivó un jardín privado. Allí, al caer la tarde, el aire impregnaba de jazmín y el murmullo del agua parecía sugerir que la calma también era un lujo. Nunca habló en serio sobre la posibilidad de retirarse. “Si me olvido de que tengo 88 años, estoy acabado”, decía con esa ironía tan característica de Italia. Su motor era la insatisfacción: cada colección representaba una página en blanco, un ejercicio implacable contra lo efímero, lo estridente y lo cómodo.

Su innovación parecía, al principio, casi conservadora: hombros suaves, chaquetas desestructuradas, el confort elevado a principio estético. Pero, en realidad, estaba alterando las reglas del juego. Al igual que Coco Chanel, liberó los cuerpos. Y siempre desconfiaba del espectáculo superficial: nada de artificios vacíos, nada de seguir tendencias por temor a quedar rezagado. Para él, la moda era un puente hacia otras artes: el cine, la música, la arquitectura. Vestía a Julia Roberts o a Lady Gaga con la misma seriedad con la que diseñaba para atletas olímpicos o trabajadores. Porque para Armani, la misión primordial de la ropa siempre era la misma: dignidad y autenticidad.

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Lo describían como humilde y leal. Yo añadiría obstinado: esa tenacidad tan italiana de hacer las cosas a su manera. Con un celo casi monástico, protegió su independencia. Construyó un imperio de miles de millones, pero jamás lo entregó a ninguna corporación. Su plan de sucesión fue tan secreto como una colección inédita. Siempre miraba hacia adelante, fiel a su integridad. En lo personal, lamentaba no haber cultivado tantas amistades como hubiera deseado. El trabajo lo consumía. Y, aun así, hasta el final defendió una convicción que hoy resuena como un consejo: no vivir aferrado a la nostalgia, arriesgarse a innovar, buscar en la comodidad la esencia del estilo. Con su partida, Italia pierde un león. Pero mientras escribo esto, pienso que quizás nunca se fue del todo: permanece en la memoria de quienes lo vieron transformar la forma de vestir, en la textura suave de una chaqueta, en la elegancia que aún hoy inspira respeto.

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