¿Existen hoy razones para tener esperanza? Si solo miro lo que pasa en el mundo (más específicamente, lo que los medios reproducen de él), la tentación sería negarle la oportunidad a la esperanza. La propagación de la violencia, el liderazgo ausente de gobernantes incapaces de dar respuestas sostenibles a los grandes problemas, la facilidad con la cual cancelamos a quienes piensan y viven de manera distinta, la agonía de la Tierra a causa de nuestros modelos de producción y estilos de vida pueden parecer razones suficientes para abandonarnos a la desesperación, para retirarnos a los rincones más escondidos de nuestros egoísmos y alimentar el cinismo más ácido y corrosivo.
Pero renunciar a la esperanza es abdicar a nuestra humanidad e inteligencia. Recuerdo que en mis años en Palermo, dedicados a la lucha contra la mafia en Sicilia, frente a los carros bomba que segaban la vida de fiscales, fue paradójico (además de difícil) mantener viva la esperanza. La resignación parecía una elección más oportuna y racional. Sin embargo, aquellos que formábamos parte del movimiento antimafia recordábamos que resignarnos era conceder la victoria a los mafiosos, era permitir que los mafiosos suprimieran nuestro espíritu y las ganas que teníamos de un mejor futuro. Si Palermo hoy logró una transformación (y podría decir lo mismo, por ejemplo, de Medellín en la primera década de este siglo) es porque un grupo de ciudadanos nunca perdió la esperanza.
Después de todo, ¿puede haber transformación sin esperanza? “La esperanza no se conjuga en tiempo pasado, sino en tiempo presente y futuro”, nos escribió en estos días Francisco en un grupo de WhatsApp que entre amigos llamamos “Exploración Activa”. “Es inherente a la vida de cada ser humano”, agregaba Francisco, invitándonos a escuchar la canción De mi esperanza, de Jorge Cafrune. Ana Cristina Montoya, académica y experta internacional de comunicación generativa, en su estimulante libro Comunicación y generatividad, resalta cómo la esperanza dio origen y sustentó un gran número de nuevos movimientos sociales. “Es una necesidad ontológica y como tal necesita anclarse a la práctica”, escribe; la esperanza tiene que volverse historia porque es una fuerza generativa que abre la posibilidad de crear futuro.
La esperanza, entonces, no hay que abandonarla sino cultivarla. Al alimentarla en nuestro interior, se extiende posteriormente a los corazones de las personas de nuestro entorno y puede llegar a inundar todas las áreas de la vida humana, incluso la economía y la política. ¿Cómo sería de distinta la sociedad si tuviéramos solo un poco más de esperanza? Vale la pena preguntarnos: ¿qué esperanzas sustentan nuestro día a día?, ¿a qué esperanza deseamos dar vida?, ¿cuál es la calidad y la intención de nuestra esperanza?, ¿cómo alimentarla? “Donde crece el peligro también crece lo que salva”, escribió Edgar Morin. Donde reina la desesperación florece la esperanza.