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La esperanza como resistencia ética

Aldo Civico

26 de agosto de 2025 - 12:05 a. m.
“En estos tiempos adversos, la esperanza trasciende lo personal: se convierte en una obligación colectiva”: Aldo Civico.
Foto: EFE - Ernesto Guzmán Jr

En agosto, al amanecer, Colombia se vio confrontada de nuevo con escenas que parecían sacadas de un conflicto abierto: un helicóptero de la Policía derribado en Antioquia; un carro bomba explotando en Cali; el senador Miguel Uribe Turbay que finalmente sucumbía al ataque tras meses de agonía; la violencia irracional desatada en un concierto del Movistar Arena; y el paro minero que paralizó comunidades enteras. Todo ocurrió en cuestión de semanas. ¿Cómo no desanimarse, enfurecerse o caer en el cinismo?

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Pero es justo en ese terreno sombrío donde la esperanza adquiere valor moral. No se trata de una esperanza ingenua, ni de la mera confianza en que el tiempo reparará los daños dejados por la violencia, sino de una esperanza activa, erigida como forma de resistencia. Albert Camus afirmaba que la conciencia nace con la rebelión: cada vez que alguien osa decir “no” a la injusticia y al sinsentido, al mismo tiempo abre la puerta a un mundo distinto. Así, la esperanza deja de ser evasión y se convierte en un gesto de dignidad. Hannah Arendt lo planteaba de otro modo: lo esencialmente humano es la capacidad de iniciar de nuevo, concepto al que llamaba “natalidad”. Incluso en medio de la destrucción, siempre puede surgir algo nuevo. Esta perspectiva rescata la esperanza de la vaguedad sentimental y la transforma en la certeza de que cada acción, por modesta que sea, puede abrir un comienzo y sembrar futuro. En un país marcado por la repetición de la violencia, esa idea resulta imprescindible: la esperanza no elude el dolor, pero nos recuerda que la historia nunca está escrita en piedra.

Hablar de esperanza cuando estallan bombas o se tiñen de muerte nuestros días puede parecer un contrasentido, incluso un gesto desafiante. Sin embargo, es justamente cuando más razones hay para desconfiar que la esperanza se alza como forma de insumisión. Frente al cinismo burlón, la resignación paralizante y el odio fragmentador, la esperanza es un acto de rebeldía: la convicción de que otro camino es posible. Alimentar esa esperanza no exige grandes gestas ni discursos grandilocuentes, sino disciplina cotidiana. Significa cuidar la vida en medio de la muerte, proteger lo frágil cuando todo conspira contra ello, y tender la mano a quienes sufren pese a la indiferencia general. También implica mantener viva la imaginación de un país distinto, resistiendo a la letanía de que “siempre ha sido igual y siempre lo será”.

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Por eso, en estos tiempos adversos, la esperanza trasciende lo personal: se convierte en una obligación colectiva. No nos garantiza certezas, pero nos salva de caer en la desesperanza total. Como una luz menuda en medio de la noche, nos recuerda que cada acto de dignidad, cada gesto solidario y cada inicio que podamos cultivar ya son, por sí mismos, formas de resistencia.

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