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El reciente intento de asesinato de Donald Trump nos revela cuán profunda es la oscuridad que envuelve actualmente la política. Este grave acto de violencia es solo la punta del iceberg; una manifestación visible de códigos y comportamientos que hoy en día sustentan el ejercicio político. Hemos reducido la política a una lucha constante, donde la confrontación y la dominación prevalecen sobre el diálogo y el consenso. La política ha dejado de ser un espacio de deliberación y compromiso, transformándose en un campo de batalla donde los fines justifican los medios. En este contexto, la violencia se convierte en un medio para alcanzar objetivos políticos, deshumanizando al adversario y erosionando los fundamentos democráticos de la pluralidad.
La política se convierte así en un perverso juego de suma cero. Michel Foucault, invirtiendo la célebre máxima del general prusiano Carl von Clausewitz, argumentaba que la política es la continuación de la guerra por otros medios. Esta idea resuena hoy con fuerza, no solo en Estados Unidos. Como escribió el New York Times en su editorial del domingo, “la violencia está infectando e influyendo en la vida política estadounidense”.
En realidad, no se trata de un fenómeno reciente. La historia de la violencia política en los Estados Unidos es larga y tiene sus raíces en el periodo colonial. Atraviesa la Revolución Americana, la Guerra Civil y el periodo posbélico de la Reconstrucción, con el surgimiento en el sur del país del Ku Klux Klan para resistir los esfuerzos del gobierno federal por integrar a las personas anteriormente esclavizadas en la sociedad estadounidense. En épocas más recientes, se ha registrado la formación de milicias y grupos paramilitares que han utilizado la violencia para mantener el control social y político en algunos estados. No podemos olvidar los asesinatos del presidente Abraham Lincoln, John F. Kennedy y los intentos de asesinato contra Franklin D. Roosevelt y Ronald Reagan. Además, fueron víctimas de la violencia política Martin Luther King, Malcolm X y Robert Kennedy.
Pero a esta larga estela de violencia política se suman en la actualidad otros factores, como la ubicuidad de las armas, la incitación al odio a través de las redes sociales y la radicalización del populismo, de la cual Donald Trump no es ajeno. Ojalá que el enésimo acto de violencia perpetrado el pasado sábado nos lleve a todos a reflexionar sobre la cultura política que estamos alimentando. Que nos invite a moderar el lenguaje, a tener una mejor disposición para escuchar al diferente. Ojalá nos lleve, sobre todo, a recordarnos que la política debe ser un espacio de encuentro, de respeto mutuo, de una diversidad que enriquece. “De muchos, uno”, recita el lema histórico de Estados Unidos. Este principio debería inspirar una profunda reflexión sobre la política y su práctica hoy, no solo en Estados Unidos.
