El domingo, en el periódico español El País, leí una apasionante columna de Juan Gabriel Vásquez sobre el candidato Milei y el futuro de Argentina en las próximas elecciones. Estas frases en particular capturaron mi atención: “Milei es un caso clásico de inseguridad patológica, de herida narcisista, de masculinidad acomplejada o todo junto al mismo tiempo: es así como suelen crecer los que han sido matoneados de niños, igual que los que insultan y agreden son siempre los que fueron insultados y agredidos, y los que gritan y dan puños en la mesa suelen haber sido los niños tímidos. El objetivo de la vida es reparar la infancia, pero esta cobra matices más dramáticos en unos casos que en otros”. Detuve mi lectura, tomé un sorbo de café y dejé que mi mirada se perdiera en el paisaje afuera de la ventana.
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
Las palabras del escritor colombiano me hicieron pensar en ciertas características de algunos líderes que hoy parecen ser comunes, no solo en Milei. Marcados por una masculinidad tóxica y por el narcisismo, se trata de líderes que mantienen en vilo el destino de sus naciones, en quienes los ciudadanos parecen depositar más su frustración e ira que su confianza. Estos líderes narcisistas se caracterizan por una alteración en la regulación de su autoestima, que compensan con la exaltación del yo, lo que conduce a comportamientos a menudo erráticos, impulsivos, autoritarios y dominantes. Están obsesionados consigo mismos.
A nivel internacional, me viene a la mente alguien como Donald Trump. Su padre, Fred, fue un hombre estricto y exigente, con pocos escrúpulos. Mantuvo altas expectativas para sus hijos y desde su niñez Donald parecía ansioso por cumplir y superar estas expectativas. Durante su presidencia, Trump mostró rasgos narcisistas evidentes. Su estilo de liderazgo se caracterizó por centrarse en sí mismo, con frecuentes alardes de sus logros y una tendencia a priorizar la lealtad personal y el elogio sobre la experiencia objetiva y el consejo experto. Si miramos más cerca, en Colombia, uno de los ejemplos más recientes y evidentes es el del exalcalde de Medellín Daniel Quintero. Tanto en sus acciones como en sus declaraciones, proyectó una gran autoimportancia y una necesidad de excesiva admiración.
En el fondo, estos ejemplos de narcisismo contemporáneo reflejan patrones de liderazgo tóxico que hemos visto a lo largo de la historia de la humanidad. Basta pensar en personajes como Napoleón y su compulsión por la conquista, Adolf Hitler y su obsesión con la superioridad y el destino, o Benito Mussolini y su enfoque en su imagen personal. Quizás haya una dosis de narcisismo y autovaloración en todos aquellos que buscan el poder y están fascinados con él. Como ciudadanos, deberíamos desarrollar un mayor escepticismo hacia quienes aspiran al poder y preguntarnos por qué nos atraen tanto los líderes carismáticos, narcisistas y hasta tóxicos, sobre todo cuando estamos desesperanzados y ansiosos.