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Hay una serie documental en Netflix acerca del cantante británico Robbie Williams que no se centra en los aspectos gloriosos de su vida, sino en el lado oscuro del éxito. La producción nos muestra a Williams en la intimidad de su hogar, vestido solamente con ropa interior y una camiseta negra, mientras revisa y reflexiona sobre imágenes de archivo de su trayectoria artística. Dichas imágenes nos transportan a los momentos cumbre de su carrera, desde su debut a los dieciséis años con Take That hasta sus actuaciones en solitario ante multitudes de ochenta mil personas, sin omitir los periodos más sombríos marcados por el abuso de drogas y alcohol. En ocasiones, se le ve acompañado por su hija, quien simboliza la tranquilidad y el equilibrio que Williams logró recobrar, representando su renacimiento en la edad adulta. Sin embargo, esta armonía fue alcanzada solo después de atravesar un verdadero infierno, en el que el concepto de éxito se convirtió para él en un sinónimo de trauma y depresión.
Puede resultarnos difícil comprender cómo aquellos que, gracias al éxito, parecen tenerlo todo, en realidad pueden estar atravesando los tormentos más profundos de una enfermedad mental. Este fenómeno se hace más comprensible cuando analizamos el funcionamiento del sistema de recompensa de nuestro cerebro. Artistas como Robbie Williams, que desde temprana edad se han presentado repetidamente ante miles de admiradores que corean sus canciones y gritan sus nombres, acostumbran a su cerebro a niveles elevados de dopamina, el neurotransmisor primordialmente asociado con las sensaciones de placer y recompensa. Sin embargo, al bajar del escenario, les resulta complicado encontrar actividades que les proporcionen gratificaciones similares. En consecuencia, el cerebro experimenta un déficit de dopamina, lo que puede desencadenar desmotivación y depresión. Las adicciones a las drogas, el sexo y el alcohol a menudo surgen como intentos fallidos de recrear dichas sensaciones de placer, pero en realidad, solo profundizan la depresión y la autodestrucción.
La situación de artistas exitosos como Robbie Williams tiene una sorprendente relevancia en nuestras vidas, aunque parezcan distantes y diferentes. Al igual que estos artistas, a veces nos enfocamos excesivamente en una sola fuente de gratificación, como puede ser el trabajo. Encontramos placer en un aspecto de nuestra vida, pero no logramos replicarlo en otros. Por ejemplo, podemos sentirnos realizados profesionalmente pero insatisfechos en nuestra vida personal. Así, nos convertimos en adictos al trabajo, sumergiéndonos en ciclos de estrés que eventualmente nos llevan a un déficit de dopamina, culminando en agotamiento extremo o burnout, y eventualmente, al colapso. La clave para una vida más equilibrada y enriquecedora radica en cultivar múltiples fuentes y experiencias de gratificación, en buscar diversas formas de experimentar placer. Es la lección que nos deja Robbie Williams.