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Estábamos reunidos alrededor de la mesa en casa de mi hermano, compartiendo risas y anécdotas entre el aroma de los platos caseros. De pronto, la curiosidad se reflejó en la mirada de mi cuñada mientras observaba a Riccardo, mi sobrino, quien recientemente había adoptado la inusual costumbre de hacer su cama cada mañana con meticulosa dedicación. “Riccardo, ¿a qué se debe este cambio repentino?”, preguntó con una mezcla de asombro y sospecha maternal. Riccardo esquivó la pregunta con una sonrisa traviesa. La especulación no tardó en llenar la sala, tejiendo teorías de romances secretos. Fue entonces cuando, guiado por una corazonada, le pregunté a mi sobrino: “¿Te inspiraste en aquel discurso de un general a los cadetes que circula por TikTok?”. La sonrisa sorprendida de Riccardo fue toda la confirmación que necesitábamos. En ese instante, todos tuvimos una epifanía: TikTok se había convertido en un educador más dentro del hogar.
Entre los jóvenes y cada vez más entre los adultos, TikTok se ha vuelto clave para influir en gustos y opiniones. Un ejemplo es Colombia, donde impulsó la candidatura de Rodolfo Hernández, y en Argentina, donde, junto a los shorts de YouTube y los reels de Instagram, ayudó a Javier Milei a captar el voto joven. Gracias a algoritmos cada vez más sofisticados, estas plataformas segmentan eficazmente el contenido según las preferencias de los usuarios, convirtiéndose en herramientas indispensables tanto para la comunicación política como comercial.
Sin embargo, la principal preocupación actual hacia TikTok radica en su origen chino. Esto quedó evidenciado recientemente cuando un congresista estadounidense interrogó de manera obsesiva a Shou Zi Chew, director ejecutivo de TikTok, sobre sus vínculos con el Partido Comunista, sin aceptar su nacionalidad singapurense como aclaratoria. Esta situación refleja la desconfianza occidental, que roza la paranoia, hacia la plataforma, llevando a la Casa Blanca y a la Comisión Europea a tomar medidas restrictivas en dispositivos gubernamentales y a considerar su prohibición total. Pero en realidad los gobiernos occidentales no están exentos de culpa. En 2013, por ejemplo, Edward Snowden reveló la existencia del programa PRISM, que otorgaba a la Agencia de Seguridad Nacional acceso directo a los servidores de grandes empresas tecnológicas, incluyendo Google y Yahoo. El Gobierno estadounidense no solo monitoreaba a sus propios ciudadanos, sino también a extranjeros.
En realidad, lo que estamos presenciando son tensiones geopolíticas en un contexto de rivalidad entre grandes potencias. Ante este escenario, nosotros, los ciudadanos, no debemos quedarnos de brazos cruzados. Hay comportamientos que podemos adoptar, como el uso de tecnologías VPN para proteger nuestra privacidad, al mismo tiempo que abogamos por los derechos a la libertad, privacidad y transparencia en el uso de las huellas digitales que dejamos en la red.