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“Estamos exhaustos de esta dicotomía entre izquierda y derecha. Imaginen el impacto de un político que dijera: No elijo ni la derecha ni la izquierda. Elijo lo alto”, proclamó en una reciente entrevista el cantante italiano Ultimo. En esa misma conversación, subrayó cómo la política actual ignora a la juventud. “Ni siquiera lo intenta”, concluyó tajante. Al pensar en mis sobrinos y en las conversaciones que tengo con numerosos jóvenes, me doy cuenta de que se verían reflejados en las palabras de Ultimo, quien en Italia está llenando estadios.
Cuando yo tenía 20 años, el mundo estaba experimentando cambios epocales. La caída del muro de Berlín, la plaza de Tiananmén, las revoluciones pacíficas en Checoslovaquia. Fueron años de una emoción indescriptible. Estábamos en el cénit del optimismo liberal. Fukuyama había proclamado el fin de la historia. Parecía, de verdad, que lo impensable se había vuelto pensable. Todo eso me llenaba de esperanza también. Pero, al mismo tiempo, la política en Italia me decepcionaba y me aburría. Estaba marcada por una corrupción profunda. No entendía el lenguaje críptico de los políticos que se alternaban en dar declaraciones en los noticieros. Eran todos hombres ancianos, vestidos igual, sin sentido del humor. No hablaban mi idioma, no se relacionaban con las inquietudes, los sueños, las preocupaciones de un joven. Era como si existiera un abismo entre los cambios radicales que se estaban gestando en la historia y lo que los políticos decían y hacían.
Hasta que una noche, mientras veía la televisión, apareció un político que logró emocionarme y sorprenderme. Era el síndico antimafia de Palermo, Leoluca Orlando. Hablaba un lenguaje distinto, hacía y decía cosas valientes, impensables, novedosas. Aquella misma noche me sentí profundamente conectado con él. Unos años después trabajaba a su lado. Se convirtió en mi jefe, mi mentor y, hasta el día de hoy, en un gran amigo. Cuando hablo con mis sobrinos, me doy cuenta de lo privilegiado que fui al encontrar un líder excepcional que se convirtió en un maestro para mí.
Hoy no estamos viviendo una era exaltante como la que experimentamos a comienzos de los 90. Hoy vivimos en una época de profunda incertidumbre, cuando incluso la supervivencia del planeta y de la especie humana está en duda. No vivimos en una era de optimismo, sin importar lo que escriba Steven Pinker. En este momento de crisis oscura, sería ideal que emergieran nuevos líderes políticos capaces de representar una nueva manera de hacer política, portavoces no tanto de posturas personales, sino de una plataforma de ideas, principios y soluciones maduradas en conversaciones profundas y diversas entre distintos sectores de la sociedad. Políticos que no estén motivados por el beneficio personal sino por una vocación genuina de servicio. Es un impensable que necesitamos hacer pensable y posible.