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La pedagogía: entre la ciencia y los saberes

Alejandro Álvarez
06 de agosto de 2022 - 05:00 a. m.

La discusión en materia de ciencia, tecnología e innovación no se debe limitar a cuántos recursos destina el gobierno de turno para tal fin. Es necesario discutir qué tipo de ciencia es la que hay que fomentar, y cuál tecnología y cuál innovación requiere hoy el país. Afortunadamente, hay un debate al orden del día, gracias al documento: “Sistema Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación (SNCTI) para el buen vivir, el vivir sabroso y el ejercicio efectivo de una democracia multicolor”, elaborado por la campaña de Gustavo Petro y Francia Márquez en mayo de 2022 y controvertido por Moisés Wasserman en su columna del diario El Tiempo, donde cuestionó el concepto de injusticia epistémica que allí se defiende. Desde entonces, muchos otros académicos, líderes de opinión y políticos se han pronunciado a favor y en contra de una u otra posición.

No voy a ocuparme del debate en sí, prefiero aprovecharlo para introducir un elemento que no suele considerarse en ninguna de las posturas epistemológicas en juego. Se trata de la pregunta por la relación entre la pedagogía y las ciencias, y la relación entre la pedagogía y los saberes.

Si hay un campo intelectual que tenga que pensar en profundidad la manera como se produce, como circula y como se transforma el conocimiento, es la pedagogía, ya que su tarea es apropiar y producir lo que social e históricamente se considera pertinente para permitirle a las nuevas generaciones acceder al mundo. Hablo de la relación pedagogía y ciencias en algunas de las áreas del currículo; pero por la escuela no solo transitan contenidos científicos, sino también otras formas de expresión del conocimiento, como el arte, el deporte, la sexualidad, la democracia, la ética, y cada vez más los saberes ancestrales y las culturas populares. A eso me refiero cuando hablo de la relación entre la pedagogía y los saberes.

En el debate mencionado arriba, para algunos, la ciencia es una forma de saber más, que alcanza un umbral epistemológico, pero que no compite con aquellos que derivan en un umbral estético, ético o político. La pedagogía entra en este juego apasionante donde se disputa lo que se considera verdad, justo o bello, para llevarlo a otro campo de combate que es la escuela. Allí es donde los maestros y maestras deben tener la inteligencia para decidir qué enseñar, y cómo. Claro, en relación con lineamientos curriculares oficiales que hoy se traducen en estándares, competencias y más recientemente en los Derechos Básicos de Aprendizaje. Una relación que genera gran tensión, porque cada una de esas maneras de regular el conocimiento encarna una apuesta por lo que se considera válido y necesario enseñar, y esto no es solamente un asunto técnico o metodológico, sino también político.

Esta tarea es tremendamente compleja. Permitir el acceso de las nuevas generaciones al mundo del conocimiento y de los saberes, transitar del mundo de la vida al mundo codificado, mediado por lenguajes que en principio son extraños al entorno inmediato donde crecen los niños, niñas y jóvenes, esa es la tarea de los maestros y maestras que todos los días se encuentran en un espacio y en un tiempo llamado escuela, también regulada y mediada por una gramática construida en medio de los afectos, los debates epistemológicos y la política.

Este debate acerca de la legitimidad de una u otra forma de producir conocimiento es saludado por quienes nos ocupamos del campo de la pedagogía, porque nos ayuda a discernir con inteligencia la forma como le vamos a presentar el mundo a los nuevos. Los maestros estamos en medio de estas apasionantes preguntas, y las procesamos con las herramientas que nos da la pedagogía, en sus diferentes tradiciones, y la didáctica, que nos ayuda a precisar la singularidad metodológica que cada tipo de saber requiere para ser apropiado por los y las estudiantes. Interrogar la procedencia de dichos saberes, el umbral en el que se encuentran, y recrearlo para que sea accesible a las diferentes edades y contextos culturales de sus estudiantes, en diálogo con sus propios imaginarios, intereses y culturas, todo esto es lo que hacemos los maestros, a veces en medio de realidades muy duras, en medio de condiciones precarias y a veces incluso violentas. La inteligencia de nuestro quehacer docente está en descifrar qué es necesario y pertinente enseñar, cómo y para qué, en esos contextos. No es poca cosa.

Por lo anterior, esperamos que el debate acerca de la política de ciencia, tecnología e innovación sirva para valorar el exigente trabajo intelectual que supone el oficio de los maestros y maestras. Desafortunadamente dicho trabajo es comparado con el de un oficio mecánico, que simplifica un mensaje para transmitirlo amigablemente. Por eso se habla de la pedagogía del tránsito, de la constitución, tributaria, de los derechos humanos, etc., como si fuera un mero ejercicio de traducción. Si fuera así, no se necesitaría una carrera profesional.

La Universidad Pedagógica Nacional tiene en sus manos la posibilidad de liderar el Sistema Colombiano de Formación de Educadores para enfrentar la difícil tarea de cambiar esos imaginarios; y es allí donde dicho sistema se hace potente y rico, porque se ocupa nada más y nada menos que de formar a esos intelectuales que van a acompañar a los menores en su viaje hacia mundos complejos y desconocidos, para que alcancen su condición de ciudadanos capaces de descifrar e intervenir el mundo.

Rector, Universidad Pedagógica Nacional

 

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