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La ONG Dejusticia acaba de publicar un libro con los resultados de un juicioso trabajo realizado por María Ximena Dávila y Nina Chaparro González, titulado: Acoso sexual, universidades y futuros posibles: enunciaciones críticas sobre las conductas, los lugares y las soluciones (2022). Para las autoras el acoso sexual es una condición que hace posible las violencias de género, ponen en evidencia que el acoso no es un mal menor, y sin embargo en varios de los protocolos universitarios aprobados para prevenir, atender y sancionar estos hechos, no se menciona el acoso como parte del problema. Sólo en 11 de los 17 protocolos aprobados se incluye. Consideran que las bases patriarcales que sostienen estas formas de violencia indican que aún estamos lejos de atender el asunto como es debido. La conclusión es que las universidades debemos ocuparnos de cuatro tipos de acciones, con urgencia: reconocer, hacer, enseñar y cuidar.
Como respuesta a las violencias basadas en género, encontramos cada vez más estudios, más observatorios, más instituciones y oficinas especializadas, más personas expertas, más publicaciones, más organizaciones, redes, grupos organizados de mujeres o de personas con identidades sexuales diversas que hacen parte del movimiento LGBTIQ+; también han aparecido políticas públicas, protocolos, directrices institucionales, señalizaciones, espacios públicos, e incluso una amplia oferta de productos comerciales que buscan nuevos nichos de mercado; todo esto tiene perspectiva de género y enfoque no sexista. Hay abundante legislación que desarrolla principios constitucionales y hacen explícita la manera de enfrentar normativamente cualquier forma de discriminación contra la mujer, hay, por supuesto, convenciones internacionales, conferencias mundiales y regionales dedicadas al tema.
Pese a todos estos esfuerzos, las agresiones siguen creciendo y es evidente que las acciones consideradas violentas por razones de género son muchas y que cada vez el espectro se amplía.
¿Se trata de un fenómeno nuevo? ¿Es algo que siempre ha sucedido y solo hasta ahora se está denunciando? No es posible establecerlo. Lo cierto es que estamos en medio de un fenómeno creciente y de gran impacto social. Las denuncias que aparecen, una tras otra, formalmente, en forma de escraches, en las redes o en anónimos, son vergonzosas, muchas de ellas, y muestran cómo se están transformado las subjetividades de quienes denuncian y de quienes son acusados.
Este problema está copando casi todos los espacios de nuestras universidades, académicos, culturales, de la vida social, los privados (los baños, por ejemplo), incluso los espacios de la protesta política tradicional.
El fenómeno de la violencia sexual de género nos está exigiendo tomar medidas de muy diversa índole que trascienden los protocolos. Los Lineamientos de prevención, detección y atención de la Violencia Basada en Género para las Instituciones de Educación Superior (Resolución 144466 de 25 de julio de 2022, Ministerio de Educación Nacional), intenta hacerlo, pero aún así se quedan cortos. Lo que vivimos exige hacer nuevos ajustes institucionales para atender las múltiples demandas. Las formas de contratación deberían tener cláusulas especiales que prevean qué hacer si se cometen faltas sexistas; debemos garantizar que los equipos jurídicos, así como los equipos de psicología y quienes prestan servicios en todos los campos, empezando por la vigilancia, las directivas, el personal administrativo, y por supuesto las y los profesores, especialmente estos últimos, tenga enfoque de género para desempeñar todas sus funciones. Esto, para evitar, entre otras cosas, que al manejar los casos de violencia basada en género, en cualquiera de sus formas, terminen re-victimizando a las personas afectadas.
El lenguaje también está siendo retado para cuidar que las palabras entren en el juego de estas violencias. En gran parte el lenguaje es el vehículo por el que transita todo este nuevo acontecimiento que marca nuestra época. De hecho, estamos en una especie de guerra de comunicados, que aparecen tomando posiciones muy diversas frente a cada uno de los hechos de violencia que van apareciendo, atacando a uno de los actores, o defendiéndose y señalando a quienes acusan de ser generadores de más violencia, en fin, se están creando bandos, se están alineando y perfilando subjetividades que se confunden, llenas de variantes y matices que cuesta clasificar. Para algunas personas estos son asuntos que no se discuten, ni siquiera académicamente, simplemente es algo que no se debe tolerar. No es fácil evitar, en un momento dado, actuar encubriendo a la persona agresora. No es fácil tampoco establecer hasta dónde van las sanciones, pues en algunos casos se considera que no puede haber perdón, y las exigencias de reparación son exigentes. Incluso las efemérides reivindicativas pueden llegar a considerarse revictimizantes.
En el intento de explicar estos acontecimientos, se dice que se trata de estructuras profundas que dan cuenta de una cultura machista, misógina, sexista, patriarcal, homofóbica, entre otras categorías; también se considera que es un fenómeno que engloba a todas las personas y que sin darnos cuenta reproducimos las prácticas discriminatorias, pues se habrían naturalizado. En ese sentido lo que estaría aconteciendo es un proceso de desnaturalización, de deconstrucción, de extrañamiento frente a lo que se configuró en la modernidad como ser humano. Si es cierto que es un acontecimiento de larga duración, podría extenderse al comienzo de las luchas de las mujeres trabajadoras, de las sufragistas, o al de la llamada revolución feminista y sexual de los años sesenta.
Asistimos a un momento de transformación profunda de las identidades clásicas; el asunto es cómo tramitar el dolor, la incertidumbre, la soledad, el abandono y muchas veces la vergüenza, la rabia e indignación que nos causan tanta violencia sexista. La universidad debería ser un lugar privilegiado para pensar esto que nos acontece, pero tal vez, por ser el escenario por excelencia donde la juventud expresa sus modos de ser y pensar, es allí donde estos cambios se intensifican y se radicalizan. En medio de todo, sólo podemos llamar a la reflexión y al diálogo, no tenemos más armas, no podemos renunciar a ellas, salvo si queremos dejar de ser universidad.
Debemos aceptar el desafío de ser diferentes, de arriesgar otros modos de ser sociedad, de proponer alternativas audaces en medio del conflicto mismo, salirnos de la lógica de la confrontación, para pensar, hablar y actuar en la lógica del cuidado del otro. Asumir lo que vivimos como acontecimiento, aceptar que debemos interrogarnos, sin miedo a perder nuestras clásicas y cómodas subjetividades binarias. Nos queda escuchar y dialogar, mientras actuamos.
* Rector, Universidad Pedagógica Nacional.
