Se ha venido planteando desde hace más de un año que la pandemia dejó secuelas importantes en los aprendizajes, en el desempeño y en el rendimiento académico de los estudiantes. Nosotros preferimos hablar de impacto en los procesos de formación. Primero, porque la formación es un concepto que la pedagogía ha apropiado para hablar de lo que significa la tarea educativa en toda su complejidad, en y más allá de la escuela. Aprendizajes, rendimiento o desempeño son categorías que remiten a resultados medibles, que no dan cuenta de dicha complejidad y, por tanto, del proceso que ella supone.
El señor ministro de Educación, Alejandro Gaviria, ha señalado recientemente que entre las prioridades de su cartera está cerrar las brechas de aprendizaje que resultaron como consecuencia de la pandemia. Saludamos este propósito, pues se refiere a un asunto pedagógico que hay que atender con urgencia. Pero tal vez los indicadores que miden el llamado aprendizaje se quedan cortos a la hora de valorar lo que realmente está sucediendo con los procesos formativos. Por eso consideramos vital identificar mejor el problema y así buscar alternativas más pertinentes.
En un estudio reciente (2021) la revista Borradores de Economía del Banco de la República (Nº 1179), señalaba que entre 2019 y 2020 aumentó el porcentaje de estudiantes que perdieron el año, en primaria el 6.2%, en secundaria el 11.3% y en media el 7.9%, siendo más afectados los estudiantes de los departamentos de la periferia del país, de los sectores rurales y de colegios oficiales. Esto es lo que se considera aumento de las brechas, al comparar con los colegios privados, los de las ciudades y los de los departamentos del centro del país.
Este aumento de brechas también se considera preocupante cuando se comparan los resultados de las Pruebas Saber del 2019 y 2021. El Laboratorio de Economía de la Educación de la Universidad Javeriana señala que, siguiendo dichos resultados, la brecha en el desempeño académico entre colegios públicos y privados, aumentó en 7 puntos; entre los estudiantes de las zonas urbanas y rurales, subió de 24.1 a 26 puntos. Al mismo tiempo señalan que el porcentaje de estudiantes que trabajan, aumentó 16%, siendo más alto el porcentaje en los estudiantes de los colegios oficiales que de los privados.
La responsabilidad en el aumento de estas brechas se le adjudican a los colegios y a los maestros, por lo general, aduciendo que no se adoptaron las metodologías adecuadas, o que los maestros menos preparados son los que están en los colegios que han tenido resultados más bajos. El Informe Covid-19, de la CEPAL-UNESCO (2020), en particular, dice que los docentes menos calificados son quienes están en las regiones más pobres, indicando que deben capacitarse, también señalan los estudios que la falta de internet y de acceso a tecnologías virtuales, así como la inflexibilidad en las formas de evaluación del desempeño, afectaron el llamado rendimiento académico.
Aunque algo de esto puede ser cierto, creemos que esta mirada es reduccionista y por lo tanto no nos orienta a la hora de buscar las alternativas para cerrar las brechas en el sistema educativo colombiano que, sin duda, son profundas. Lo que pasó durante la pandemia fue que los estudiantes más pobres se quedaron sin la única posibilidad que tienen para aumentar su capital cultural y formarse en el sentido más amplio de la palabra. Dicha posibilidad para estos niños, niñas y jóvenes, la encuentran casi exclusivamente en la escuela. Mientras más alto el nivel socioeconómico, más posibilidades tienen las familias de incidir en el proceso formativo. Los más pobres tuvieron que salir a trabajar o se quedaron en casa o en la calle sin una oferta formativa explícita; otros estuvieron asistiendo a actividades académicas, deportivas, artísticas y culturales, con tutores privados, primero virtualmente y luego en modalidades híbridas o presenciales. Esto hace la diferencia y marca una distancia que los indicadores de desempeño o de aprendizaje, no alcanzan a medir en sus verdaderas dimensiones.
La alternativa entonces será atender, por parte del Estado, la oferta formativa que las familias más pobres no pueden ofrecer. La solución la mencionó el ministro Alejandro Gaviria cuando indicó que entre sus prioridades también estará acompañar la llamada Jornada Extendida, además de mejorar las alternativas pedagógicas para recuperar lo perdido, preparar a los maestros, y aumentar la conectividad a internet con dotación de buenos programas virtuales.
Se necesita llevar a las zonas con mayores carencias socioeconómicas, una buena cantidad de alternativas que les permita a los estudiantes utilizar creativamente el tiempo extraescolar, ojalá articulando esto con los proyectos pedagógicos que los colegios orientan. El deporte, la música, la danza, la recreación dirigida, los cursos de manualidades, los cursos de idiomas, la escritura y lectura de cuentos y de poesía, el cine, los juegos de aventura, los clubes de astronomía, de matemáticas, de robótica, en fin: todo esto son opciones formativas que el Estado ha de atender si se quieren suplir las carencias que tienen los estudiantes. Esta es una necesidad sentida desde antes de la pandemia.
De esa manera, podemos superar el juicio que recae sobre los maestros y los colegios oficiales cuando los señalan como responsables de los resultados de aprendizaje. Ahí no está el principal problema; aunque hay mucho por mejorar en la educación formal, pedagógicamente hablando, en realidad la política educativa debe ocuparse de atender las necesidades formativas que, más allá de la escuela, les garantizan a las nuevas generaciones aumentar su capital cultural en todos los sentidos, por supuesto, atendiendo las características de todos los pueblos étnicos que habitan nuestro país; es más, aprendiendo de muchos de estos pueblos a atender de manera integral la formación de sus hijos, sin afanarse tanto por los resultados de desempeño, ni de rendimientos en el aprendizaje.
Rector. Universidad Pedagógica Nacional