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Odiapalooza

Alejandro Marín

17 de junio de 2016 - 04:40 p. m.

Desde que pronunció la famosa arenga el prócer José Acevedo y Gómez en 1810, las audiencias colombianas se caracterizan por su efervescencia y su calor.

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La primera, esa efusividad natural de nuestros públicos, enaltece el oficio del músico y del artista a niveles inimaginados. Quienes enamoran al público colombiano se van enamorados de él.

El calor, por otra parte, es un asunto muy negativo. La "calentura" de este público se traduce en odio feroz y rampante; una soberbia inexplicable que le impide mirar hacia atrás, de dónde viene y dónde está, para entender también hacia dónde va como audiencia.

La más reciente muestra de recalcitrante odio y polarización por la que pasa el país se refleja, por supuesto, en la oleada de inconformes con el anuncio del cartel del primer festival Lollapalooza en Colombia, a celebrarse el 17 y 18 de septiembre de este año en el parque metropolitano Simón Bolivar

Al no ver a nombres como Radiohead en la cabeza del cartel y despotricar de la cantante norteamericana Lana Del Rey como cabecera del mismo por “carecer de fuerza” o “no valer lo que cuesta la entrada”, los pocos, armados de palabras incendiarias, motivaron a los muchos a expresarse en contra del anuncio.

Este no es el primer contratiempo que ha sufrido “Lolla” en sus 25 años de historia. De hecho, si existe una anomalía festivalera como ninguna otra en el hemisferio occidental, esa es la jornada en vivo fundada por el cantante de Jane’s Addiction Perry Farrell.

Pero que haya tenido sus contratiempos de todos los tamaños y colores no le quita al festival lo conectado a la tendencia mucho más que al rock, como se ha hecho notoria la queja en foros y conversaciones de redes sociales.

¿Cómo arrancó?

Lollapalooza se fundó en la mitad de la explosión comercial del movimiento alternativo, de manera que nunca fue una “beneficencia” para el “apoyo” de los artistas participantes. Es decir, en 1991 la música “de moda” era el grunge. Y hay dos tipos de modas: aquellas que se imponen y aquellas que van trascendiendo las barreras y los límites de las imposiciones. Pero que sean impuestas o no, no les quita que ambas sean modas.

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Además del profundo atractivo rebelde que tenía el grunge para los adolescentes -el himno de esa generación X noventera no es Smells Like Teen Spirit por accidente-, su alcance comercial llegó a tener un impacto en ventas de discos mayor que Michael Jackson. Independiemente de que ese espectáculo pequeño de 1991 fundado por Jane’s Addiction fuera una celebración de lo “alternativo”, dicha celebración no estaba desconectada de las tendencias aprobadas por el público masivo conectado a MTV, y por lo tanto los músicos participantes en el primer Lolla no eran ajenos a la corporatización que implicaba estar dentro de la rotación del canal de vídeos. Bien lo dijo el productor de Nirvana Steve Albini en 1993: “Lollapalooza es una colección de las bandas más populares en MTV que no son heavy metal”.

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En el ’91 Lollapalooza contaba con Living Colour, Fishbone, Siousxie and The Banshees, Nine Inch Nails, Butthole Surfers, Violent Femmes y Rollins Band. Todos rotaban en MTV. Todos estaban de moda. Todos pasarían a ser leyendas de sus respectivas escenas, y en ocasiones, traspasarían los límites geográficos gracias a MTV y se convertirían en leyendas musicales a nivel global.

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La revuelta más grande del público norteamericano contra Lolla se produjo en 1996 y la culpa la tuvo Metallica, quienes lanzaron en ese año el sucesor al famoso Album Negro, un disco con tintes alternativos llamado Load. Ni el público de Metallica ni el alternativo estaban felices con Load -tampoco lo habían estado mucho con el álbum negro, un indiscutible “antes y después” del metal norteamericano-.

La adición del grupo de San Francisco a la cabeza del cartel de Lolla produjo una indignación en masa. La pésima reputación de Metallica como una banda que había sacrificado el espíritu del Trash para satisfacer las necesidades del mercado impulsado por el éxito pop de Enter Sandman en MTV fueron un combustible ardiente contra Lolla.

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Y es curioso porque Metallica había sido, 14 años antes, antítesis de lo “comercial” y, sin embargo, supremamente popular. Al igual que todas las bandas provenientes de San Francisco y de Los Angeles, Metallica representó todas las cosas que en los 80 eran “cool”,  pero completamente anti-pop, todo lo que era extremo y rebelde, sin que estas cualidades comprometieran su proyección comercial. Por un lado estaba Madonna, que era la representación visual y física de lo cool, la exacerbación de la sexualidad ochentera, y por otro lado estaba Metallica, con su orgullo ario y su velocidad gruñona y feroz, impregnada de cerveza, de anti-valores, de garaje.

Pero la gloria de lo “cool” les duró 14 años y, en su reemplazo, en 1996, apareció Rage Against The Machine en ese cartel por cuarta vez. Rage había tocado Lolla en 1992, en 1993, y en 1995. A su llegada al cartel junto a Metallica en 1996, De La Rocha y su crew terminaron de pulverizar la credibilidad rockera que Metallica perdió con el Álbum Negro. Para desdicha de Metallica, estaban “pasados de moda”, a pesar de que Lolla intentara restablecer la gloria. El público buscaba la tendencia. La tendencia, lo que vendía era lo alterno, y lo alterno en 1996 era Rage Against The Machine.

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