El poder y la violencia

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Alejandro Reyes Posada
02 de julio de 2017 - 03:30 a. m.
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La gran pensadora alemana Hannah Arendt denunció la falsedad de la tradición de considerar el poder como el resultado de la violencia, o según la fórmula de Clausewitz, de pensar que “la guerra es la continuación de la política por otros medios”, en la que coincidieron los marxistas y los liberales. Poder y violencia, para ella, son opuestos, pues donde uno existe absolutamente el otro desaparece. El máximo del poder es el de todos contra uno y el máximo de violencia es la de uno contra todos. La violencia necesita instrumentos, mientras el poder requiere actuar en concierto con otros, y sus instrumentos no son materiales, pues consisten en la palabra y la acción. Donde se pierde la capacidad de la acción concertada, el poder se evapora y finalmente desaparece, y ninguna fuerza ni violencia es capaz de compensar esta pérdida. La violencia es capaz de destruir el poder, pero es incapaz de crearlo.

A la luz de estos conceptos básicos se puede juzgar a los cuatro protagonistas principales de la tragedia colombiana: Juan Manuel Santos, Álvaro Uribe, las Farc y el Eln. La paradoja de Santos es que habiendo logrado disociar violencia y poder para acabar la guerra con las Farc, en vez de terminar como el presidente que fortaleció el consenso, que es la base del poder de la sociedad, concluye su mandato como el presidente que dividió ese consenso entre los que quieren separar armas y votos y los que prefieren someter por las armas a quienes luchan por los votos, es decir, a quienes dejaron de identificar poder con violencia.

Álvaro Uribe llegó al poder gracias al consenso anterior del país, luego del fracaso de Pastrana en el Caguán, de que había que usar la fuerza para derrotar a las guerrillas, y su frustración es haber visto que, a pesar de no haberlas derrotado, sí las condujo a reconocer que nunca se tomarían el poder por las armas y por tanto las puso en condiciones de negociar con Santos el fin de la guerra. Su paradoja es que la misma iluminación que suscitó en la dirigencia de las Farc de abandonar la violencia como el camino hacia el poder ahora lo ciega para ver la realidad y por eso prefiere volver trizas el acuerdo de paz y regresar a su solución ideal de acabar con su enemigo por las armas y tras los barrotes, para que no puedan dejar atrás la guerra.

El Eln, por su parte, debe hacer todavía su conversión interna para comprender que la violencia no lleva al poder ni redime a las comunidades que cree representar, y para hacer el curso acelerado de democracia liberal que forma el entorno en el cual tendrá que conquistar el poder, entendido como la acción concertada de las comunidades humanas. Precisamente una larga negociación de paz, como la de La Habana y la de Quito, es el ritual de pasaje para aprender el juego democrático de la palabra y la acción concertada, que genera poder en la sociedad. La tenacidad e inteligencia de Juan Camilo Restrepo son la mejor esperanza de que se produzca esa iluminación en los dirigentes del Eln.

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